Blog de opinión sobre actualidad social y política.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

La Navidá

Tiempos de familia y tiempos de tormento. Sin ser características unidas por ningún hilo -por fino que sea-, claro. Pero por mera casualidad la Navidá es tiempo de ambos, de familiares desconocidos venidos del infinito y más allá y de tormento espiritual y moral en forma de falsedad hipócrita irreconciliable con la verdad humana.

La Navidá se puede fácilmente escindir en distintos aspectos clave. En primer lugar cabe su la vertiente moral, basada en la hipocresía más ruin del buen rollo más fingido. Haya buen rollo o no. El caso es que la Navidá está más impostada que la voz de Carlos Herrera. Las buenas relaciones se hiperbolizan para trivializar con el más absoluto desprecio el amor mutuo, porque la exageración del mismo es al mismo tiempo la prueba de lo falso que alcanza a ser. Y luego está el lado tan abstracto como oscuro: el ser humano es por característica malo, pero se empeña en desmentirlo. Quizá sea porque, en el fondo de su existencia, la Navidá es una convención universal para reconciliar al humano con sus semejantes y disimular todos ellos el odio mutuo que se profesan. Algo así como un lavado de fachada a final de año que permita ensuciarla a gusto el año próximo. "El hombre es un lobo para el hombre", dijo Hobbes. Pseudo-perogrullada, diría yo. Tan lobo es y tan claro lo tiene que necesita negarlo tajantemente una vez al año, sonreír fervientemente a la cámara de la suegra y aparentar así ser sano y amigable. Haya, insisto, buen rollo o no.


Claro, la Navidá viene de la mano del absurdo consumismo llevado al extremo. La sociedad capitalista, ya se sabe. La mierda de sociedad capitalista. Que una cosa lleva a la otra. Resulta que, como nace Jesús y qué bonito está el pesebre, comprarle un ordenador al niño y un foulard a la tía parece justificado. Y no hay nada malo en dedicar una vez al año cinco minutos a una persona para saber qué comprarle. Pero sí hay -y mucho- malo en las campañas publicitarias de grandes marcas alienadoras empeñadas en sumir a la población en la esclavitud de la compra continua, del gasto constante, del fluir del dinero de unas manos (todas) a otras (las menos). Y parece muy ilícito aprovechar la época de la felicidad internacional para colar anuncios mediante mensajes consumistas que logren hacer trabajar un sistema que no funciona. Como una caja de cambios sin embragar: cambia la marcha pero al de poco se rompe. Y esto, claro, se romperá. Explotará. Pregunten si no por ahí abajo.

lunes, 26 de octubre de 2015

Carne cancerígena

A la mierda. Resulta que a partir de ahora, de acuerdo a la última brillante idea de la OMS, comerse un filete es cancerígeno. O una hamburguesa, o una loncha de jamón. El embutido también da cáncer. Y lo hace asimismo una salchicha. Una puñetera salchicha es considerada por la Organización Mundial de la Salud como un incentivo del cáncer colorrectal.

Hasta aquí hemos llegado. Hasta agudizar nuestra esquizofrenia pro-vida, ultra de la juventud, loca por la eterna felicidad. Una hamburguesa considerada cancerígena no es más que otro paso en la escala de la gilipollez humana. Un peldaño hacia un futuro idílico de hombres y mujeres sin arrugas, curvas ni -claro- cáncer.

Un futuro que, desde un punto de vista práctico, no tiene lugar. Un mundo lleno de viejos es insostenible. Pero desde el punto de visto teórico, práctica aparte, es tan utópico como innecesario. Nos robarán la felicidad prometiendo la eterna. Algo así como lo que la Iglesia ha hecho durante siglos. Coincidencias.

Si la carne da cáncer, habremos de morir antes. Habremos de aceptar con resignación que no estamos hechos para vivir 80 años sin problemas de salud, que nuestra naturaleza es la más elemental que se explica en los colegios: nacer, crecer, reproducirse y morirse. Palmarla rapidito, aligerar el paso, dejar sitio al resto. A aquellos que hemos creado. Porque nuestra vida eterna es un tapón para las generaciones venideras.

Si la carne da cáncer, habrá que comer más para desafiar a los estudios que han llegado a tan idiota conclusión. Quizá, no lo niego, con prueba empírica, pero igualmente idiota, innecesaria. La ciencia no debe ir en contra de la humanidad.

Si la carne da cáncer, será deber de los humanos dejar de manipularla. Comerla de la manera más cercana a su estado natural. Y eso es competencia de la ONU, es decir, la misma organización que ha permitido hacer público ese informe. Que se apliquen las pilas. Que cumplan su obligación paternalista, la de la protección del pueblo, menor de edad en tanto que dependiente, nulamente autosuficiente.


Quizá la carne dé cáncer. Quizá las albóndigas que recién terminé y con gusto saboreé hayan desencadenado en mí un proceso mortal. Pero lo ricas que estaban no me lo quita nadie. Ni la OMS, ni la ONU, ni la madre que las parió. 

sábado, 17 de octubre de 2015

Occidente, o el egocentrismo despiadado

El niño yace muerto. Ahogado, sin aire. Cayó al mar y no supo nadar. No se mantuvo a flote y sus pulmones se llenaron de agua. La corriente lo llevó a la playa y un fotógrafo oportuno lo ilustró. Y trasladó al niño a las retinas de todo el mundo.

Los telediarios abrieron con la imagen. Con el niño muerto, apoyado en la arena, boca abajo. Provocaron la indignación de unos cuantos ilusos que consideraron inoportuno mostrar esa imagen. Porque qué dura y pobre niño, oye. Sí, claro que es dura, pero es imprescindible. El niño muerto es el mejor recordatorio de cómo de hijos de puta somos en Occidente. Es la representación física de la altanería de Europa. Y de América, claro, porque la madre del niño había pedido asilo a Canadá -denegado, por supuesto-.

Occidente está perdido. Europa cae por su propio peso. Ninguna conjunción tan grande puede soportar el peso que cae como una losa sobre las instituciones europeas. Ninguna. Crímenes de lesa humanidad, o dicho vulgarmente, putadas varias, tienen lugar todos los días con el consentimiento de Europa. La gente da igual, sólo importa el dinero. Y que se jodan los griegos, los sirios, los libios, los egipcios, los pobres, quien sea. Que se jodan. Esa es la mentalidad. Europa soporta un sistema que a su vez soporta Europa. Porque el sistema de mierda que mató a ese niño encumbra a Europa. A las instituciones privadas monetarias. Incluso a quienes deben mediar en conflictos internacionales, la Organización de Naciones Unidas.

Nadie está dispuesto a trabajar. Nadie, desde los poderes europeos no democráticos, ha intentado cambiar algo hasta que ha aparecido un niño muerto. Hasta que el pueblo se ha escandalizado por una foto más bien sencilla. De las que se podrían sacar todos los días, con niños, jóvenes y adultos aplastados por sus casas derruidas, fusilados en oscuros muros, disparados y atravesados repetidamente. Es una realidad que ni Europa ni el rebaño quieren ver.


Un niño, ese niño. Un crío que viene a decir al mundo que hay que despertar. Que la basura que hemos creado no vale, y debe ser mejorada. Ese es el mensaje. Pero el adoctrinamiento de las masas por parte del sistema es tan fuerte que existen especímenes capaces de quedarse con lo atroz de la imagen y protestar por su emisión. 

sábado, 18 de julio de 2015

Un pequeño cabrón

Desde 1936, el 18 de Julio es fecha de fatídico aniversario. Ese día, ese año, se sublevó un tal Francisco Franco, un pequeño acomplejado que se creía quién para dictar su voluntad y transformar la ley de forma que asegurase absoluto cumplimiento de sus caprichos. Franco murió en la cama en 1975, en lugar de ser brutalmente fusilado como habría correspondido a cualquier país cuyas gentes tuvieran dos dedos de frente. A su muerte, miles de personas se juntaron frente a la residencia oficial del dictador, mostrando su apoyo a la recién terminada dictadura y su disposición a lo que llamaron un “franquismo sin Franco”. Por suerte, el sucesor que él mismo había nombrado se decantó por la monarquía parlamentaria que defendiera la soberanía popular mediante sufragio universal, pero también se perdió así una valiosa oportunidad para pasar a cuchillo a los miles de hijos de puta que toleraban y apoyaban los fusilamientos de presos políticos, la opresión, la centralización cultural y social, la ausencia de libertad religiosa mediante la inclusión de una Iglesia muy lameculos en los papeles del Estado, etc. Y esos miles de imbéciles capaces de sentirse más cómodos con imposición que con votación siguen entre nosotros, camuflados como falsos demócratas que esbozan una sonrisa cuando la izquierda demanda abrir fosas y hallar cadáveres de quienes en la década de los 30 apoyaron la II República. Siguen ellos o sus vulnerables descendientes, que creyeron las gilipolleces que decía el abuelo.


La superación del franquismo aún está por llegar. Todavía no ha tenido lugar. Y es que España es el eterno retorno, la hipotética superación de conflictos que se olvida al surgir uno nuevo. Ni siquiera las guerras carlistas, provocadas por un payaso de feria como fue Fernando VII mediante la derogación de la Ley Sálica, estaban superadas cuando terminó el siglo XIX. Ni el desastre colonial del 98 había quedado resuelto cuando Franco se hartó de los rojos y pasó la navaja a cuellos republicanos. Y la consecuencia de todo esto es una acumulación del rencor, una continua terminología beligerante, un aún presente aire guerracivilista que se impone sobre la libertad de pensamiento y que, siguiendo la tradición, algún día explotará en nuestras narices para terminar de una vez con un Estado formado por la escoria de Europa. Explotará un general zumbado con mucho ego, un comunista resentido apoyado desde el ostracismo por la izquierda radical, un anarquista al que el capitalismo le haya hecho llegar un fusil, dos pistolas y tres bazucas.

Alguien explotará si en los colegios no se enseña que el pasado de España es el de un país glorioso venido a menos como consecuencia de la inaptitud de sus reyes, del revanchismo de sus gentes, de la religiosidad exacerbada de sus poderosos curas y sacerdotes. Los niños deben conocer lo gilipollas que fue Fernando VII, el modo en que sembró la división entre liberales y conservadores y cómo, a su vez, generó el pretexto que les serviría como excusa para darse de hostias durante todo un siglo. Deben recibir educación histórica, porque la historia sí es opinable. Enterarse de que la II República fue un fiasco por la sinrazón de sus principales impulsores, por medidas irreales que debieron ser proyectadas a largo plazo. Empaparse también de que el general Franco y sus misteriosamente fallecidos aliados –Mola o Sanjurjo entre ellos- debieron morir como dos siglos y medio atrás lo habían hecho los déspotas franceses: en la guillotina, ante el júbilo de un pueblo liberado de la semiesclavitud, o ahorcados y colgados en la plaza del pueblo, como Mussolini y su mujer yacieron durante semanas boca abajo en una gasolinera. En España faltaron huevos para eso, y así nos luce el pelo. Ya es tarde. Lo nuevo es la educación.

domingo, 12 de julio de 2015

Conquistar la prensa

Las páginas de los cuatro periódicos punteros (El País, El Mundo, ABC, La Razón) rebosan publicidad invasiva de grandes potencias económicas. Sobre el diario El País, por ejemplo, dicta Prisa y, por ende, el Santander, por lo que no es extraño encontrar una muy sutil manipulación en las noticias de índole económica, en lo que se convierte en una perfidia a los principios elementales del periodismo sano. El lector está obligado a leer el contenido por el que se ha interesado con el logotipo de conocidas marcas -esencialmente bancos- a ambos lados, exaltados en llamativos tonos. En las páginas, además, existe un diseño que provoca la aparición del anuncio en el centro de la pantalla durante los primeros (eternos) cinco segundos. Así, mientras uno espera a informarse sobre lo más recientemente acontecido en torno a Grecia, contempla publicidad de bancos que, como es obvio, consiguen así el silencio de los periódicos en los que se anuncian a cambio de un chantaje no escrito y quizás tampoco hablado. Si los bancos quitan los anuncios, los periódicos cierran.

Ocurre en los periódicos como en la vida misma: el entorno económico marca la forma de pensar, la ideología. Se cumplen por tanto los principios elementales de los filósofos de la sospecha, Marx, Nietzsche y Freud en el siglo XIX y otros tantos de ahí en adelante. Afirmaron que el pensamiento de uno debe ser contextualizado: donde para Marx es necesario conocer la situación económica que rodea a una persona porque ella marcará su forma de pensar e incluso de actuar, para Freud hay que analizar esos pensamientos y actos en base a la influencia del inconsciente, subversivo y manipulador. Los periódicos se acercan más al concepto marxista, porque es su necesidad económica la que les lleva a vender su línea editorial. Se convierten, y con ellos todos sus redactores (y qué decir de quienes editorializan bazofia ignominiosa de lo más variada), en estómagos agradecidos, máquinas creadoras de la mentira consciente y deliberada. Venden su imagen y venden a su público. Pero papel venden el justo, y ese es su otro gran problema.

Si el nivel del periodismo alcanza las más lamentables cotas vistas desde la Transición, es culpa suya. Todos, sin excepción, han prostituido la libre información, el periodismo entendido como verdad objetiva a cambio de algo (dinero). Lo han hecho regalando a través de Internet y aplicaciones de teléfonos móviles el contenido calcado de las versiones en papel. Columnas, noticias, artículos, editoriales, reportajes, entrevistas. Todo está en las aplicaciones y de manera mucho más cómoda, porque en ellas no hay enormes hojas que se separen ni tinta que manche el sofá. El mismo teléfono móvil, la misma pequeña pantalla, representa ahora una noticia sobre Grecia, esta noche un reportaje sobre las centrales nucleares y mañana un artículo de Javier Marías. No hace falta cambiar de teléfono ni añadir un menos a la cuenta de resultados de la tarjeta de crédito. El objetivo (como en toda empresa, y más en este capitalismo extremo que mercantiliza hasta la información) es mantener o aumentar los beneficios, con lo que la disminución de las compras minimiza el ingreso, y a menor ingreso corresponde menor gasto. Periodistas a la calle, becarios a puño, sueldos ínfimos, periodistas de aún menor nivel intelectual. El chiringuito se desmorona porque la información es pobre, quien la redacta es corto y quien la lee no paga. Y porque esa pobreza informativa es gratis, así que sus consecuencias son aún peores al convertirse su repercusión en ilimitada. El más vulnerable botarate puede leer y creer las falsedades vertidas en aplicaciones. Vertidas como lo que son: mierda.


Resumiendo: el sistema mercantiliza la información e impone su ley de la competencia egoísta a los medios de comunicación, llevándolos a regalar sus contenidos a cambio de ser más populares que el del edificio de en frente. Cuando el lector no paga, los medios se entregan a grandes concentraciones de capital para subsistir, cayendo bajo su dominio. Las mismas concentraciones, las mismas instituciones desalmadas y -al contrario de la imagen que proyectan- antidemócratas que conforman el propia sistema. La pescadilla que se muerde la cola otorga a la prensa libre la enfermedad de la mercantilización de la información y la precarización de empleos. Y, hecho eso, sólo hace falta rematarla. A poder ser, en el suelo e indefensa.

viernes, 3 de julio de 2015

El vómito de Carlos

Sorpresón: otro artículo vomitivo del derechón de Carlos Herrera. Publicado en todos los diarios de Vocento el fin de semana pasado, para más señas. "Los primeros estimulantes días del fiestón", el nombre del artículo, no es más que una sarta de generalidades, desvaríos e improperios insultantes a ojos de cualquier persona con un mínimo de sentido común. Gilipolleces varias puestas una tras otra. Gilipolleces, sí; me permitiré el lujo de faltar un poco a tan ilustre figura, como ha hecho él con los nuevos partidos hermanados con Podemos. Pero moderaré mis críticas, no sea que se lo tome a mal y vuelva a las andadas, contándonos su apasionante vida y sus trepidantes viajes.

"El despiporrante espectáculo que están brindando las diferentes candidaturas bendecidas por Podemos en las ciudades en las que han sido aupados al poder, bien por los votos o por las alianzas", por empezar por el principio, suena a reproche a los pactos que han desbancado a su queridísimo Partido Popular. Olvida Carlos que uno más uno es dos, y que dos es más que uno y medio, así que la unión de dos pequeños hace más que el teóricamente grande. Matemática de la más básica. Sigue: "La foto de los concejales triunfantes del Ayuntamiento de Zaragoza dejando el pleno al ser elegidos parecía la borrachera de estudiantes recién salidos de la taberna de la facultad: más de un maño se habrá preguntado, inquieto, si esos tipos van a ser los que solucionen los problemas de la ciudad". Claro que las pintas con las que se presentaron los vencedores y futuros alcaldes fueron la lamentable prueba de que por los ojos se ganan elecciones (y su imagen de descuidados no es más que pose revolucionaria que convence a simplones de izquierdas). Pero de ahí a que eso vaya a empañar necesariamente su gestión en la alcaldía, amigo, hay un paso muy grande. Refiriéndose a Kichi, afirma: "Veremos si hace obra en su despacho para reducirlo, ya que ha resultado «más grande que la casa donde vivo» (sic), con lo que los ciudadanos podrán estrenarse discutiendo si gastar dinero en una reforma para evitar que el de la comparsa se sienta incómodo por sentarse en un despacho amplio". ¿Realmente pensará que puede ser una traba en su labor como alcalde el tener un gran despacho? Seguro que para la facha de su antecesora, aquel vejestorio agarrado al trono, no lo fue. Así que Carlos, en su habitual simpleza argumental, no encontró puntos débiles para criticarla. O no quiso encontrarlos. En cualquier caso, el flamante fichaje de la Cope se encarga de dejar claro que ha estado en ese inmenso despacho. No nos vayamos a pensar que este es un periodista libre que no visita despachos de alcaldes peperos para que le den de comer. De eso no hay.


Sobre el nuevo alcalde de Valencia, dice el grave más presuntuoso de la radio española que "ha gestualizado con lo inevitable: el infantil gesto de no querer la vara de mando ya que él plantea una gestión «abierta y dialogada», muy lejana de lo que conlleva dicha vara. Igual se cree que los alcaldes están obligados a llevar como un apósito susodicho bastón, incluso en los viajes al excusado". A nuestro amigo le viene grande cualquier simbolismo abstracto. Sobre Zapata también se pronuncia: "a este pobre imbécil le han dejado 'solo' de concejal de a pie gracias a su descomunal sentido del humor". Así que admite Carlos que por el sentido del humor puede uno perder su cargo. Cuando ABC, diario del que cobra, ocupaba la portada con una foto de Hitler saludando a niños para resaltar la afabilidad con que lo hacía o cuando apoyaba incondicionalmente el franquismo olvidó pedir dimisiones. Será porque eso no era humor sino teóricamente un diario serio. Teóricamente. No se olvida Carlos de mirar al PSOE: "Todo gracias a esta triunfante fiebre populista. Aupada por sus votos y por el apoyo entusiasta del PSOE de Pedro Sánchez, al que ya veremos si algún día habrá que pedirle explicaciones". Y menos mal que el benefactor del auge populista bolivariano y comunista no ha sido el mismísimo Diablo: Zapatero. Vade retro, Satanás.

domingo, 28 de junio de 2015

Tolerar a intolerantes

La religión llevada al extremo por los subnormales de turno vuelve a cobrarse víctimas mortales. Subnormales intolerantes que tratan de poner sus creencias religiosas por encima de las creencias de otras personas y, en clara muestra de profunda gilipollez, por encima de vidas humanas. Creyentes del islam, es decir, musulmanes, atentando contra personas al tiempo que consideran intolerable comer cerdo. Qué paradójico y al mismo tiempo representativo del sinsentido que representa la religión: creencias inculcadas cuyo arraigo se basa precisamente en el afecto a quienes las inculcan. Traición del subconsciente de los más vulnerables: los niños. No es ese mi argumento preferido en contra de la religión, ni es su esencia la que quiero cuestionar. Prefiero centrarme, por lo que hemos conocido estos días, en la intolerancia religiosa, que no es lo mismo que la religiosidad en sí sino una vertiente de la misma. Ser religioso no implica ni mucho menos ser intolerante, por lo que musulmanes, cristianos, judíos o creyentes de absurdos mitos son respetables, por más que las invenciones en las que creen sean simples proyecciones idealizadas del humano. Proyecciones que, además, le restan valor por compararlo a un ser ideal y supremo –eso precisamente denunció Feuerbach en el siglo XIX-.

Intolerancia. Claro que en su esencia no es buena, pero hay casos y casos: intolerancia con zumbados que empuñan cuchillos y degüellan periodistas es necesaria y única vía de supervivencia. A esas personas no se las puede tolerar ni respetar, sólo se las puede detestar, odiar y, si se da el caso, aniquilar. Porque la simpleza de su argumento es mayúscula: como yo creo en esto y tú en eso, pim pum, dos tiros en la nuca y asunto arreglado. Genocidio de personas por sus creencias. Si nos escandalizan los presos políticos, a quienes se arrebata la libertad por sus ideas, también deben escandalizarnos los muertos religiosos, que son privados de su vida por sus creencias. A una persona, decía Ortega y Gasset, se la conoce por sus ideas, no por sus creencias. Más absurdo aún, por tanto, matar por creencias que apresar por ideas. Cuando tuvo lugar el asalto a Charlie Hedbo, nuestro brillante Presidente del Gobierno afirmó que no, que eso no tiene nada que ver con la religión. Qué cachondo. Matan por Alá pero no lo hacen por motivos religiosos. Mariano, majete, nadie quiere acabar con las religiones, pero es incuestionable el daño que pueden llegar a hacer cuando, prometiendo el paraíso cuando acabe la vida, se convierten en máquinas destructoras que pueden llegar a desear la muerte y relacionarla con la felicidad absoluta. También la cristiana, sí: San Agustín opinaba que la felicidad absoluta se basa en la posesión o fruitio de Dios y que ésta no se puede dar en vida porque, al ser todo efímero, el miedo a perderlo nos resta felicidad. Hacen creer que la felicidad está por llegar y aseguran que se encuentra allá donde nunca hemos estado, en la muerte, que no deja de ser ausencia de Ser, es decir, que en la muerte no hay nada, y por tanto tampoco puede haber felicidad. Nadie muere y sube al cielo por las escaleras mecánicas,  ni pierde su alma porque no tiene tal cosa. Agarrarnos a ese clavo ardiendo, Mariano, es una valiente chorrada; claro que estos asesinos sin piedad matan por religión y claro que su psicosis mental tiene que ver con sus creencias (en concreto, con una mala interpretación de su libro sagrado).


Así que lo único que podemos hacer es restringir su campo de acción. Ya en 2013 los musulmanes más intolerantes dieron guerra: Miss Mundo acabó cancelando el desfile en bikini por las fuertes protestas de algunos puritanos. Y hace unos días, aquí en España, más protestas. Con pancartas y todo. No a los bikinis, sí a su ilegalización. Todo tiene explicación: la cultura machista del islam (que también comparte el cristianismo, basta leer la Biblia) trata de reprimir a las mujeres y convertirlas en meros objetos que el hombre pueda manejar. Y cuando se cerciora de que las mujeres no darán problemas, escondidas bajo un oscuro y humillante velo, va a por el resto de hombres. Para más señas, todos los que no sean musulmanes. Quienes asesinan cristianos son los mismos que obligan a poner velos, pero elevados al cubo. Su origen es el mismo; la meta, ilimitada, de modo que permitir el uso de velos es ser cómplice del germen que crea asesinos y genocidas destructores de otras culturas, de otras creencias, de otras ideas. No a los velos como no a su sucedáneo, el genocidio. No al hiyab, al niqab, al burka o a cualquier medio de opresión. No a la teórica superioridad basada en el más puro azar del sexo bajo el que cada cual nace. No a la intolerancia religiosa. En Europa sabemos mucho de intolerantes; nuestro siglo XX está plagado de idiotas que asesinaron por creerse quiénes para hacerlo: el holocausto nazi o las purgas estalinistas son sendos ejemplos. No podemos permitir que vengan estos a contarnos qué sí y qué no se puede permitir. Todo es permisible, salvo aquellos que no permiten. Para ellos, vuelo de vuelta o cadalso. Es su elección.

sábado, 20 de junio de 2015

Mandarinas

Agárrense que vienen curvas. Y 'spoilers', así que si no han visto la película titulada igual que este artículo, dejen de leer. Si Mandarinas fue nominada a los Óscars, a los Globos de Oro y a los Satellite Awards, no fue por casualidad. El mensaje de esta película estonia del año 2013 es tan claro y conciso como su minutaje -escasos 80 minutos-: no a la guerra. Pero indagando más en la idea que la película quiere transmitir, y desde mi modesto análisis del cine de autor (no soy yo ningún cinéfilo empedernido sino un simple espectador más), tiene muchos matices. Vayamos al grano.

Por encima del espíritu anti-bélico que Mandarinas transmite, cabe destacar el llamamiento a la racionalidad por encima de las pasiones patrióticas característicamente irracionales. La razón, así como la moderación y la mediación entre conflictos candentes quedan representadas en la figura de Ivo, estonio que vive en una casucha perdida en el campo georgiano. Es la suya una casa simple, sencilla, pero cuidada en su interior, acogedora y cálida. Pero, dentro de la simpleza, entre ella y el protagonista, Ivo, se entabla un paralelismo lleno de semejanzas: exterior superficial y descuidado (pelo tirando a largo, rostro arrugado, barba desaliñada) combinado con un interior gratificante, agradecido, cercano. Lo que entre nosotros llamaríamos una buena persona. Por encima de su personalidad más cordial destaca su capacidad para razonar abstrayéndose del conflicto que vive en primera persona, una cruenta guerra civil que termina por arrasar la casa de su único amigo y colaborador.

Lo paradójico del destino queda claramente representado en esta lenta pero profunda película. Llámenle film, si están a la moda. El hijo de Ivo fue asesinado combatiendo en la mencionada guerra civil por un georgiano y, de hecho, es el cadáver enterrado de su hijo el único vínculo que mantiene el protagonista con la tierra que se resiste a abandonar a pesar de la insistencia de sus amigos y familiares. Tras caer heridos un checheno y un georgiano frente a su casa, Ivo tiene el deber moral de recogerlos y ayudarles a curarse en su propia casa. Deber moral que, en todo caso, no hace sino elevar a lo inalcanzable su buena voluntad y su compromiso social. Tras morir asesinado el georgiano en la mejor escena de la película, cerca del final de la misma, queda enterrado junto al hijo de Ivo, cuyo nombre no se llega a conocer. Asesinado por un georgiano, yace muerto junto a un georgiano. Poco importan esos detalles que remarcan el absurdo de la existencia.

El mensaje que transmite Mandarinas es por encima de todo pesimista: a pesar de los intentos del entrañable protagonista, con quien el espectador enlaza un vínculo de respeto y admiración, la irracionalidad del patriotismo o la religiosidad exacerbada acaban sobreponiéndose a la razón como vía de apaciguamiento. La muerte del principal amigo del protagonista y el mencionado asesinato del georgiano que éste acoge son el resultado de un ataque de cuatro capullos chechenos que, para júbilo del espectador, acaban masacrados. Y ese es un matiz cuanto menos curioso: el llamamiento a la razón pierde importancia cuando es el mismo espectador quien se alegra al ver la muerte a tiros de cuatro personas. Tal es la importancia de los sentimientos y tal es el nivel al que la razón está supeditada a ellos.

El director, Zaza Urushadze. Es improbable que vuelvan a oír de él, pero su nombre es digno de ser apuntado. Como el de Lembit Ulfsak (Ivo) o Giorgi Nakashidze (el checheno). Si de alguna manera llega el mensaje de la película es a través del buen hacer de sus actores.

martes, 16 de junio de 2015

Humor

El humor es el mayor salvoconducto de la democracia. Reside en él la capacidad de bajar del pedestal los asuntos puntillosos y al mismo tiempo intrascendentes que ocurren en nuestro día a día: tragedias como asesinatos masivos en ataques terroristas o catástrofes naturales inevitables, pero también pequeñas tonterías, como el clásico resbalón con una cáscara de plátano o el simple tropezón que pone la atención sobre quien lo sufre. El humor no es más que la simplificación del mundo con el objetivo de producir risa (y por tanto diversión) a costa de él mismo, es decir, de todos nosotros, en tanto que habitantes. Es una simplificación dolorosa; y lo es porque aceptarla implica reconocer la evidente intrascendencia de nuestro paso por el mundo, el sinsentido que representa nuestra vida. Hasta de muertes se puede reír uno.

Claro que el humor, como todo, tiene categorías. El humor inteligente, por ejemplo, es apolíneo, racional, rebuscado y escondido, porque su comprensión depende de una formación externa al más simple y elemental gracejo. En otras palabras, la esencia del humor inteligente reside fuera de él, en otro ámbito distinto, que pertenece a la política, la religión o la filosofía. La base sobre la que se asienta este tipo de humor es meramente externa. Otra línea humorística sería, por ejemplo, el conocido como humor verde, que es grotesco, pueril, fútil, banal, superficial y simplón. Es tan simple que gira en torno a cagar, mear y follar, sin más recurso que la mofa sencilla y benévola, porque si alguna ventaja tiene este tipo de gracia es que no suele tener maldad. El humor negro, finalmente -y en gran simplificación de los distintos tipos-, es el que más oscuro trasfondo esconde, el más verdadero y sincero, pero al mismo tiempo cruel, despiadado e incompasivo. Su mayor logro es aislarse del mundo hasta el punto de no sentirse afectado por las opiniones que éste vomite, consiguiendo una externalidad que se torna en superioridad y despreocupación por los juicios que desde fuera tratan de derrumbar todo lo que no acompaña a la sociedad. Es el equivalente al Superhombre nietzscheano en la escala de lo humorístico, porque erradica creencias y sistemas morales actuales. El humor negro hace mofa a costa de Irene Villa o los hijos de Bretón, evidenciando, como ya se ha explicado, que hasta de tragedias y muertes se puede reír uno, es decir, entra en todo cuanto exista sólo por existir y lo hace intrínsecamente. Es por tanto ilimitable, y su limitación responde al obsesivo ocultamiento de lo oscuro y lo trágico que acompaña a nuestra pusilánime sociedad del siglo XXI, incluyendo, cómo no, la muerte. Y la crueldad que entraña la jocosidad basada en desgracias es tan evidente que se entiende rechazable, pero nunca condenable ni limitable por los motivos ya expuestos. La supremacía de lo trágico en el humor negro sólo es comparable a la burla de la desgracia que acompañaba a los esperpentos de Valle-Inclán, a los dramas de Lorca o a la tragedia de Wagner.

Recientemente se han conocido -interesadamente, como siempre- burlas grotescas de futuros cargos políticos del ayuntamiento de Madrid, puestos que han alcanzado apoyando la candidatura de Manuela Carmena a través de Ahora Madrid. Uno de los linchados por la debilidad social ha sido Guillermo Zapata, hipotético futuro Concejal de Cultura, a quien se ha fustigado por tweets de 2011 en los que demostraba su afición por el humor negro. La derecha española, escandalizada con el gobierno de la para ellos tan temible y demoníaca izquierda, ha atacado a personajes como él argumentando una falta de humanismo e incluso apoyo a barbaridades recientes que todos, incluyendo quienes ríen de ellas, condenamos, como el Holocausto judío o el asesinato de Marta del Castillo. En esta penosa campaña, impulsada desde las redacciones de los principales diarios que han tenido que remontarse hasta 2011 para encontrar un arma con que atacar a la nueva política, es una muestra más de lo putrefacta que es la caverna mediática española, con El País, La Razón, El Mundo y sobre todo ABC a la cabeza. Nos hemos encontrado con medios que aún no han condenado el franquismo reclamando la dimisión de quien ha bromeado con el Holocausto, una forma de darwinismo social que desarrolló el régimen nazi, que a su vez ayudó al propio Franco a ganar la Guerra Civil. Han salido, por otra parte, miembros del Partido Popular (Carlos Floriano) a decir, parafraseando a Monedero, que "en política el perdón se conjuga dimitiendo", cuando ellos mismos han olvidado esa cita en numerosos casos de corrupción, empezando por las cercanas muestras de cariño del Presidente del Gobierno al imputado tesorero del partido que aún gobierna.

Resulta escandaloso el afán por la corrección política que muestran los propios ciudadanos, que ignoran el escaparate de falsedad y ambigüedad que ella implica. Los políticos políticamente incorrectos podrían y deberían ser el futuro, al haber en ellos una sinceridad y naturalidad que de otra manera se hace imposible de mostrar. Si asumimos que las bromas que tienen que ver con judíos reducidos a cenizas equivalen a apoyo al nazismo, y si, peor aún, entendemos que esas gracias implican un déficit necesario en la gestión del bromista en cuestión, tenemos un problema de base. Los sucesos lamentables de medios tergiversadores esclavos del poder antiguo vendiendo información a un pueblo dócil y vulnerable demuestran que no hemos entendido nada de lo que significa el humor. No hemos entendido nada del mayor salvoconducto de la democracia.

viernes, 12 de junio de 2015

Las lecturas de la Botella

Ay amigo. Que sobre los politicuchos que manejan Españistán como les sale de los mismísimos se ha escrito ya mucho, pero es inevitable llamar la atención sobre una de sus más recientes hazañas. Una más para sumar a la lista de ridículos registrados por los de la vocación pública fingida y frustrada. Ya ni sorprende.

Nuestra víctima de hoy será la mismísima alcaldesa en funciones de Madrid, la única e inigualable, la que gobernó una ciudad a pesar de su nula aptitud y total discapacidad psíquica y gnoseológica: Ana Botella. Sí, la esposa del bigotes que creó la burbuja inmobiliaria. La mujer de Aznar, el expatriado corrupto que, para su suerte, aún no ha sido investigado. O bueno, quizás lo haya sido pero sus sobornos hayan podido con un juez corruptible. Quién sabe. A estas alturas estarán intrigados por conocer ese espantoso ridículo de la Botella, que, además, no es el primero -ni el último, a buen seguro-. La tía apareció hace unos días en el Convento de las Trinitarias, ya saben, donde les ha dado por molestar a las apacibles monjitas durante los últimos meses para, azada en mano, buscar los restos del mejor escritor de la Historia de España, Miguel de Cervantes. Encontraron su tumba, o la que se sospecha que pudo ser su tumba, marcada con las iniciales MC, dieron por hecho que era él, hicieron las maletas y se lo llevaron. En el laboratorio, evidentemente, ninguna ciencia pudo comprobar que los restos pertenecían al autor de El Quijote (en este punto no hace falta que matice que sigo hablando de Cervantes, ¿no?). Pero bueno, y la ciencia qué más da, si las iniciales corresponden a las del hombre al que buscamos, pues oye, seguimos para delante.

Estamos, entonces, en el Convento de las Trinitarias. La situación es kafkiana: se sobrepone sobre el lugar en que teóricamente está enterrado don Cervantes una placa que se encuentra tapada por una bandera de España. Ya saben, para la inauguración. Hay por ahí todo tipo de personalidades de la alcaldía de Madrid, entre ellas, por supuesto, la aún alcaldesa; también hay, por algún motivo, unos tíos vestidos de militares, portando todas las rojigualdas que habían encontrado en el chino de la esquina y un gorrito de lo más chick. Empieza el tema, así que los militares se dirigen, con paso firme y consolidado, mirada al frente, rostro serio y gesto de responsable orgullo, hacia la placa bajo la cual yace Manuel Casado, o Miguel Corona, o Maximiliano Cardoso, algún pobre hombre que jamás habría sospechado ser perturbado de la tranquilidad de la inexistencia cuando fue enterrado hacia más de cuatro siglos. Algún pobre señor que unos idiotas han removido para aparentar sacrificio por la cultura. A estas alturas de la película. Los militares se detienen y Botella mueve con elegancia la bandera española que recubría la placa. Qué grandilocuencia, clap, clap, clap. Aplausos para la alcaldesa, la Grande de España, qué guapa estás y súbeme el sueldo, que con esto no me da para el mantenimiento del yate. Así, de repente, por sorpresa, empieza el discurso, y con él lo mejor de la mañana. La charla de la Botella está plagada de elogios al que (el asesor que elabora los textos) considera un escritor magnífico, un hombre que merece ser recordado hasta la posteridad. Botella elogiando a Cervantes es, como poco, para que el hombre (él o Maximiliano Cardoso, quien sea) se incorpore, agarre un objeto punzante y se lo arroje a la cabeza. Botella, la más lamentable gestora de lo público que ha visto Madrid y toda España en los últimos años. La del café con leche en Plaza Mayor. La que no ha leído un libro en su vida, tardó por lo menos treinta años en oír hablar de Cervontes (se escribe así, ¿no?) y dedica sus ratos libres, a buen seguro, a ver el Sálvame. Y viene aquí la tía, muy orgullosa ella, rodeada de corbatas y vestidos elegantes, a darnos una clase de Literatura, a explicarnos el bien que ha hecho Miguel a España y a la literatura en general. Junto al nombre del escritor del Siglo de Oro hay una cita de su libro "Los trabajos de Persiles y Segismunda". Qué paradoja que tal cita esté justo tras Ana Botella, que ni ha trabajado nunca ni conocía ese libro antes de ese día. Dice que si está allí es para honrar los restos de alguien que lo merece, pero su sola presencia es toda una deshonra. Lecciones las justas si vienen de la incultura y la incompetencia personificadas. Váyase señora Botella, váyase. A su lujosa casa con su prestigioso marido. O al carajo.

sábado, 6 de junio de 2015

Hipnotizados e idiotas

El día internacional de la sinrazón y de la idiotez se celebró hace unos días en Huelva. Cientos de personas montaron en cólera cuando, en plena madrugada, les dieron luz verde para saltar la verja que los separaba de una muñeca de cera vestida con mantos del siglo catapúm y decorada con pretenciosos bordados de oro. Una festividad así sólo puede pertenecer a esta Iglesia española, tan nuestra en sus costumbres, tradicional para ser machista y retrógrada, pero suficientemente moderna para estar al quite de la actualidad y comer el coco a jóvenes capillitas con aires de teólogos pero que, en el fondo de su ser, no saben por qué creen. Postureo, lo llaman. Todo tan español y tan tradicional.

A lo que estamos. Pasaban las tres de la madrugada cuando decenas de garrulos se abalanzaron sobre lo que llaman la Virgen del Rocío, con el objetivo de darla un paseíto por el pueblo, para que tomara un poco el aire, que un año bajo techo le pesa a cualquiera. Saltaron la valla de la manera más incivilizada que se les ocurrió: pegando patadas, puñetazos y codazos a diestro y siniestro, pasara quien pasara. El fin justifica los medios, y todo eso. Y la ilicitud de los medios no importa si el fin es alcanzar esa figurita de cera más bien pequeña para representar a una persona -¿o ya ni eso?-, a la Mujer del Espacio, que no sabemos si existe, pero se aparece de vez en cuando en plan mística, haciéndose la interesante. Cómo le gusta que la veneren. Cuando llegaron a tocarla, incluyendo varios niños a los que sus inconscientes de sus padres auparon y enviaron al infinito y más allá sobre decenas de cabezas y brazos desconocidos, la sacaron en procesión por el pueblo, como siempre tomando las calles, con las consecuentes molestias que ello ocasiona. Abundaron los lloros y sollozos, teóricamente de emoción, aunque no sería raro que tan penosa imagen hiciera llorar por desesperación a cualquiera que precie su capacidad racional. Claro que la razón y la religión están tan desunidas que difícilmente hubiera alguien cabal en tan estrambótica representación.

El debate tiene un aspecto más formal que ese, el que gira en torno al monoteísmo o su contrario, el politeísmo. Corrientes eclesiásticas aseguran que se basan y deben basarse en Dios, aunque, paradójicamente, tampoco es ésta gran solución, porque no es posible creer en un único e inigualable ente si es Trino, es decir, Padre, Hijo y Espíritu Santo al mismo tiempo. No puede representar un ser místico de pura invención a un adulto, un niño y una paloma simultáneamente. La sola idea es surrealista. Y una religión no se puede considerar monoteísta si adora tanto a Jesús (el loco de turno que dijo ser hijo de Dios), a las ochenta mil vírgenes que hay por el mundo, a los evangelistas (pero sólo a los cuatro escogidos a dedo, al resto que les den), a los Santos y un largo etcétera. La industria de los alucinógenos debe de estar contenta con las espontáneas apariciones de vírgenes y santos. Las creencias en las que se basa la Iglesia, en definitiva, incluyendo los pilares más básicos, están en suelo arcilloso y se desmoronan con un simple soplo de viento.

El caso es que, monoteísmo y politeísmo aparte, los locos de turno que se echaron sobre la esfinge deificada no son más que la viva imagen de España. La calidad y la precisión de la metáfora llama poderosamente la atención. Los dioses, o lo que se parece a ellos, es decir, los políticos que apoderamos con nuestro voto, protegidos por vallas y alejados de la ciudadanía a la que dicen representar y rodeados de lujos pagados por sus votantes; y ante los políticos el pueblo, o los feligreses en este caso, un populacho loco, irracional, maleducado. En España se perdieron las formas hace tiempo y así nos va. La televisión nos mete basura en la cabeza para rellenarla y sustituir así a lo que debería preocuparnos -culturizarnos, por ejemplo-. Maltratamos el lenguaje como si de un simple utensilio se tratara, olvidando su pasado, su presente y nuestra obligación de asegurarle un futuro. Y, con la globalización, lo prostituimos llenándolo de anglicismos innecesarios que tienen equivalentes en castellano cuyo uso es tachado de pedante y recalcitrante. Cometemos errores aún subsanables que nadie se preocupa de arreglar, pero no pasa nada. A fin de cuentas, siempre podemos ir a misa el domingo y pedir perdón a Dios por todos nuestros horribles pecados, disculparnos por hacer lo inevitable -confundirnos o fallar- y fustigarnos sin motivo aparente. En cuarenta y cinco minutos, asunto arreglado. El opio del pueblo, dijo Karl Marx. Pero al pueblo le da igual.

martes, 2 de junio de 2015

Patriotismo servil

La pitada al himno nacional en los prolegómenos más próximos de la final de la Copa de S.M. el Rey ha dado mucho que hablar. En el momento se pronunció todo el que quiso mediante las redes sociales, con opiniones, como es lógico, de lo más variopintas: desde quienes están de acuerdo con los pitos y los consideran con sustento ideológico hasta quienes lo ven como una falta de respeto a los símbolos nacionales, un ultraje a lo que representa España, cosa que no es tontería porque, en un país de chiste como el nuestro, tercermundista al nivel de Zambia, esas "faltas de respeto" son anticonstitucionales, ya sean contra el Rey, contra el Estado o contra todo lo que represente a ambos. Esa pitada ha reavivado el espíritu prohibicionista de la derecha española, siempre totalitaria e intolerante. Desde que Franco, de ideología indudablemente derechista, se apropiara del patriotismo español, éste ha quedado a merced de las vicisitudes del sector reaccionario del pensamiento político. Se trata, además, de un patriotismo que en nada se distingue del nacionalismo exacerbado de aquellos que pitaron el himno en símbolo de protesta, muy lícitamente y respaldados por la libertad de expresión que propugna la Declaración de los Derechos Humanos. A fin de cuentas, es lo mismo venerar, exaltar y lisonjear las virtudes de Cataluña que hacer lo propio con las españolas o las vascas. La única diferencia es el carácter disgregador del nacionalismo vasco-catalán, pero al mismo tiempo es lógica: España no podría ser independentista porque ya es independiente. El sinsentido sería mayúsculo.

Ante esa fuerte y sonora protesta a un símbolo nacional, como puede ser ese himno sin letra que penosamente tararean o silban quienes sí lo profesan, la libertad de expresión, esa palabra con la que se nos llena la boca cada vez que se cometen injusticias con, por ejemplo, periodistas (Charlie Hebdo), desparece del panorama. Las faltas de respeto se convierten o se quieren convertir en punibles por ley. Quien defiende semejante atrocidad más propia del siglo XVIII que del nuestro olvida que expresarnos libremente es un derecho elemental independiente de aquello que expresemos; si yo, desde aquí, dijera que estos personajes son gilipollas y unos verdaderos imbéciles, les estaría faltando al respeto, qué duda cabe, pero no por ello podrían llevarme a juicio y meterme en la cárcel. Y si irrespetuosamente afirmo -como ya lo he hecho muchas veces- que España es una mierda de país sin solución y que una ardilla podría recorrerla de gilipollas en gilipollas -esto es cosecha revertiana-, quizás les moleste, pero tendrán que indignarse, pensar para sus adentros que gilipollas será quien firma -servidor- y seguirán cenando, durmiendo y levantándose igual que antes. Porque en eso se basa el Estado de Derecho, y si no gusta, la frontera con Francia está relativamente cerca, pero no seré yo quien tenga que emigrar por pedir derechos.

El patriotismo español reinante en la actualidad es muy cuestionable por estar basado en ideas de las que difícilmente se puede sentir orgullo. Es evidente la influencia directa de la sociedad americana, empeñada en esa arrogancia nacionalista servil con los poderes establecidos que adiestran a la descendencia para alargar una generación más la farsa que representa ese país. Estar orgulloso de España es como estar orgulloso del pijama que te has comprado o del café que te han servido esta mañana: un sinsentido. No tiene lógica alguna demostrar altanería por un país de pandereta que hace las veces de circo del que toda Europa se ríe desde el siglo XVII, por una tierra de vagos pasivos que se conforman ante lo que ven por mucho que no les guste, por una generación de jóvenes que pasa más tiempo peinándose el tupé que leyendo libros. Si por algo se puede ser altivo en España es por el Siglo de Oro de la Literatura, el brillante Quijote de Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, la Generación del 98, que alumbraba el camino de una manera comprensiblemente pesimista, rodeada de gente superflua y enamorada de las banalidades, etc. Resulta lamentable leer "arribas" y "vivas" de ignorantes que no conocen la historia de su propio país, que no la han estudiado porque no les ha interesado, y que por tanto promulgan estos gritos siguiendo la estela de la ideología que sus padres les han inculcado. Que nadie afirme enorgullecerse de ser español si ignora que la primera parte del Quijote se publicó en 1605, porque la cultura es lo máximo a lo que podemos aspirar, y en España, gracias a la amplia y rica lengua que manejamos, tan rica que nadie nunca la dominará al cien por cien, gozamos de ella. Sólo hay que ponerle interés.

viernes, 29 de mayo de 2015

El loquero de Espe

Es tradición histórica que los pueblos se indignen ante situaciones complicadas de la política y traten de cambiarlas. Pero cuando realmente se inician las revueltas más importantes es cuando falta el pan en casa. Así fue, por ejemplo, en la Revolución Francesa de 1789, o en las Revoluciones de 1868 en España, cuando escasas cosechas afectadas por el liviano desarrollo de las técnicas agrarias y por las inclemencias de la meteorología no fueron suficientes para dar de comer a tantos como lo requerían. Hoy, la caridad trabaja a destajo para evitar que esto pase, pero, ante la situación de precariedad que vivimos en España -uno de cada tres españoles está en riesgo de pobreza, es decir, puede ser pobre mañana-, y ante la existencia de trabajadores que, a pesar de tener un empleo, no llegan a fin de mes, arroz y alubias gratis no son suficientes para atemperar la furia colectiva. Porque, entre otras cosas, hay más problemas que el comer.

Madrid es vivo ejemplo de lo que digo. Bajo la tutela de Esperanza Aguirre, selectos cargos del PP han desviado a sus cuentas fondos públicos, han permitido subvenciones "desinteresadas" de empresas para posteriormente adjudicarles obras y han echado pachangas de golf y caza a expensas de colectivos empresariales o individuos con nombre y apellidos que buscaban amistades en el momento y negocios de futuro. La propia Esperanza había elegido a dedo -como toda elección del PP, que en sus filas abarca desde la derecha moderada hasta el conservadurismo más cerril- a muchos de estos golfos con falsa vocación pública, que tardaron poco en gastar en putas, alcohol y drogas -aunque parezca mentira- la fortuna que iban acumulando ilícitamente. Distintos nombres son Francisco Granados, Juan J. Güemes, Alberto López Viejo, Benjamín Martín Vasco, Carlos Clemente Aguado, Alfonso Bosch, José Ignacio Fernández Rubio, Jesús Gómez Ruiz, Manuel Lamela... Todos ellos han sido imputados por diversos delitos de corrupción, entre los que abundan el tráfico de influencias y la desviación de fondos públicos. Habría que añadir a Ignacio González, número dos de Aguirre, que aún está siendo investigado por la Justicia. Parece llamativo que haya tantos casos de corrupción bajo la tutela de esta señora y que hayan pasado desapercibidos delante de sus narices. Sólo hay dos opciones posibles: o es una corrupta o es tonta del bote. Y, viendo cómo ha utilizado la frescura de su discurso y la naturalidad de su imagen para enriquecerse a costa de la política (menos mal que, según afirma, todavía no se ha dedicado a ella profesionalmente), es difícil creer que sea estúpida. Más bien todo lo contrario: una choriza indecente.

Hay muchos más motivos para explicar el tortazo del pasado domingo en las elecciones a la alcaldía de Madrid. A pesar de la tendencia a la derecha de la capital, es obvio que no sólo Aguirre sino todo el PP está salpicado por los numerosos delitos que en su nombre han cometido personalidades de todo tipo. Además, Esperanza se postuló tarde como candidata a la alcaldía, y lo hizo después de anunciar su retirada de la política, para salvar a su partido del declive que se veía venir. En actitud chulesca, no presentó ningún programa electoral, pensando que el facherío madrileño la votaría por su cara bonita, y confirmó esa chulería en debates y declaraciones posteriores, en las que tachaba a sus oponentes de "coalición de perdedores".

Como parecía lógico tras la campaña electoral, digna de un esperpento valleinclanesco o de un drama shakesperiano, el varapalo en las urnas ha sido grotesco y la respuesta al mismo rocambolesca. El miedo se ha apoderado de la derecha, que ha procedido a atacar a Ahora Madrid -marca blanca de Podemos- con el objetivo de, mediante una campaña del miedo que aún no ha entendido que no funcionará, frenar su avance. Al grito de "¡Qué vienen los comunistas!", los carcas sexagenarios como la susodicha y los pijos de banderita de España en el cinturón han montado las trincheras y han disparado desde ahí sus armas, escondidos tras el anonimato de Twitter o el amparo del sistema que hace a los políticos -y a los que mandan en la actualidad más todavía- inalcanzables. El ridículo es de proporciones inverosímiles: la loca de la Espe ha llamado a filas a PSOE y Ciudadanos, porque son, junto con su partido, las únicas tres opciones que ella juzga demócratas -y lo que diga ésta va a misa-, afirmando incluso que la alcaldía de Ahora Madrid sería "un trampolín para el gobierno de Pablo Iglesias" (alias El Coletas) y representaría "las últimas elecciones democráticas de este país", así como "la caída del sistema occidental tal y como lo conocemos". Vaya mierda de sistema occidental han montado ustedes, señora, si se cae con una alcaldía y con un profesor universitario cuyo mayor delito es llevar coleta y pinta desaliñada. La Española define paranoia como "perturbación mental fijada en una idea o en un orden de ideas". Nada más que añadir, su señoría. Los locos al loquero. Habrá que buscar un buen psiquiatra.

sábado, 23 de mayo de 2015

Sembrar una patata

En España nos gusta mucho descuidar nuestra Historia, tanto la gloriosa como la patética, así que os refrescaré la oxidada memoria. El último Austria fue Carlos II, al que llamaban El Hechicero porque, con esto de follar entre padres, hijos, primos y hermanos, les acabó saliendo el tiro por la culata y Mariana de Austria parió en 1661 a un pánfilo con problemas físicos que no pocas veces le obligaron a parar la locura de su reinado. También tuvo los problemas mentales característicos de cualquier Rey de España de la época: la ignorancia, la tontuna y la memez digna de un don nadie al que tan sólo el prestigioso apellido, las estiradas hombreras y la empolvada peluca sostenían. Fruto de su pésima gestión se frenó el desarrollo urbano del Madrid de los Austrias que tanto admiramos hoy. A su muerte, se lió parda. Los franceses reclamaban el trono borbónico -así lo había estipulado el monarca en su testamento, pero como ya estaba muerto a todo el mundo se la traía al fresco-, y la casa de los Habsburgo, lógicamente, reclamaba lo que hasta entonces le había pertenecido y nadie debía cambiar. Pero cambió, y vaya que si cambió, porque Felipe V, Borbón de pura cepa -era nieto del Rey francés Luis XIV- llegó al poder y se consolidó tiempo después, al término de la Guerra de Sucesión, con el Tratado de Utrecht de 1713, ese por el cual Gibraltar pasó a tomar té por las tardes entre zarzuela y zarzuela. Con la estabilización en el trono de Felipe V llegaron los problemas: se empezó a acusar la lamentable gestión del tonto de su predecesor, que había provocado, por ejemplo, un hacinamiento en las ciudades que nadie desde la Casa Real trató de frenar o equilibrar. En determinadas ciudades escasearon los alimentos por el descenso de productores y el mantenimiento del número de consumidores. Fue un proceso parecido al de la Edad Media, en los siglos XII y XIII especialmente, cuando lo que actualmente es España vivió un hacinamiento progresivo. Entonces, al crecimiento de las ciudades acompañó el surgimiento paulatino de una nueva clase social, la burguesía, la organización en gremios y el desarrollo artesanal en detrimento del agrario. Años más tarde, éste sería el origen de la industria, que tendría como polos de desarrollo esas ciudades, cuyo auge económico -se entendía- conllevaría un crecimiento análogo en los territorios circundantes. En aquellos años, la acumulación de urbanitas era más puñetera que en la actualidad, porque de plagas, enfermedades, muerte y destrucción iba la cosa.

La actualidad es un hacinamiento lleno de matices. En primer lugar, porque los peligros inherentes a hacinamientos occidentales son a largo plazo, en materias como el mantenimiento responsable del planeta o el bienestar de los animalicos, que a menudo nos preocupan más que las personas. Pero este fenómeno tiene consecuencias desastrosas en otros lugares del mundo, quizá demasiado remotos para nuestra cómoda estabilidad. En la India, como todos sabemos, las chabolas o "slums" (tal es el término que las define en inglés) están infestadas de pobres sin pan que llevarse a la boca, agua con la que mojar los labios, ropa con la que tapar algo más que la entrepierna. Las condiciones de vida en gran parte de Asia -esa que aparece en las etiquetas de las grandes marcas de ropa- son tercermundistas y, lo que es peor, más propias de la Edad Media que de nuestra era contemporánea, avanzada, progresista y en vertiginoso crecimiento. Y en segundo lugar, porque hacinar equivale a juntar en un espacio muy pequeño, o al menos menor del que sería necesario, frecuentemente insalubre. Y sin embargo, lo que vemos en nuestro moderno siglo XXI es una migración a las capitales que desemboca en el desarrollo de las urbes, a menudo incontrolado y medioambientalmente dañino, aunque esto, como digo, tiene menor importancia.

En cualquier caso, y ciñéndonos a España, más allá de que el hacinamiento constante que vivimos no represente ningún problema grave para la salud como hiciera en el medievo, sigue generándonos pegas irresolubles. El principal problema se encuentra en el alimento de origen campero, el que -dice la teoría- debería ser el más sano. Fruto de las constantes migraciones a núcleos poblacionales, hay menos campesinos plantando espárragos, y de ello se aprovechan las grandes multinacionales para sacar tajada, una vez más, de una situación que no debería depender de oportunas disquisiciones de propietarios privados a escala mundial. Acabamos consumiendo comida más agradable a la vista, al olfato o incluso al gusto, pero infestada de productos químicos gracias a los cuales ha adquirido esas virtudes y que, por otro lado, sientan peor a nuestro estómago y a nuestro organismo en general (los transgénicos, meras manipulaciones de la naturaleza que podríamos considerar producto directo de la actitud chulesca del humano, que le reafirma en su supremacía). Así, los plátanos son más amarillos y los tomates más rojos. En este aspecto, como en tantos otros, volvemos a ser un rebaño que sigue las directrices de sus pastores y que carece de suficiente razón crítica y sentido común para tomar sus propias decisiones. Nos dejamos llevar por esos pastores que, vendiéndonos parusía propagandística, nos llevan a las ciudades a cumplir ese gran sueño que es trabajar catorce horas al día en una oficina moderna con sofás y futbolines, despreciando la hierba, los árboles, el verde de los bosques y el azul de los mares. Nos centramos, en definitiva, en encender el ordenador y olvidamos lo más importante: pescar una merluza o sembrar una patata. Ya es hora de despertar, coger aire, dejar la ciudad y volver al campo.

sábado, 16 de mayo de 2015

Dictadura democrática

Al fin, los partidos políticos que han dominado desde 1975, esto es, Partido Popular (antes Alianza Popular) y Partido Socialista Obrero Español, se han dado cuenta de que los españoles estamos hartos. Han comprendido que los votantes están cansados de sus mentiras electorales, su excesiva profesionalización de la política, su recurrente uso de eufemismos, su manipulación de medios de comunicación, su constante intervención en el corrupto sistema de justicia, etcétera. Ante una situación políticamente convulsa, nuevas fuerzas irrumpen para tomar el poder y aplicar sus políticas "reformistas".

Un claro ejemplo es Ciudadanos, el partido de Albert Rivera, barcelonés del 79 con buena imagen y un gran equipo de asesores de comunicación. Hace unos días, afirmó estar siendo financiado por empresas cuyo nombre no destapó, pero que se presuponen del IBEX 35. Es decir, que las empresas más importantes del país, a sabiendas de que apoyar a los dos grandes es ya un esfuerzo económico en vano, buscan nuevas y -esto es esencial- renovadas imágenes que consigan muchos votos y que se conviertan en imprescindibles para hacer España gobernable. O lo que es lo mismo, consideran a los votantes españoles suficientemente tontos como para elegir a un partido que cambie la superficie de los problemas pero no altere la base de los mismos: el sistema económico sobre el que nos sostenemos, que no hace sino fortalecer a los ricos, es decir, a esas grandes empresas, y estrujar a los pobres. Con las inyecciones económicas con cierto carácter de lobby, el presupuesto de C's es el segundo más grande para las Elecciones Generales de (presumiblemente) Noviembre de este año, por delante del PSOE y siguiendo al PP -no se puede competir contra los que no sólo son financiados sino que además no tributan por ello-. Es obvio que el partido catalán, de llegar al poder, quedará subordinado a las exigencias de las empresas que les están financiando, que necesitan presencia en los órganos de Gobierno y que, de no tenerla, amenazan con marchar a otros países y dejar a España sin la suma de dinero que necesariamente generan, tanto indirectamente en forma de empleo como de manera directa mediante los impuestos. El problema es que nadie ha votado a la dirección de estas empresas. Cualquier participación en el máximo poder que puedan llegar a tener adquiere un evidente matiz dictatorial, claramente antidemocrático e indudablemente opuesto a los intereses de la mayoría. Por eso mismo es anticonstitucional, ya que la Constitución del 78 afirma en el artículo 128 que "toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general".

Históricamente ha habido casos de partidos nuevos que han impulsado reformas superficiales con las que la ciudadanía se ha dado por satisfecha. El caso más reciente es la Transición, que se resume tal que así: se muere el dictador, toma el relevo alguien que no está dispuesto a ser votado (Juan Carlos) y se comienza el paso "de ley a ley", franquista a liberal, evitando las posiciones rupturistas que la oposición no fue firme en defender y que nos habrían ahorrado la vigencia, aún en la actualidad, de leyes absurdas de origen e ideología fascista, totalitaria, católica y retrógrada. También la gestión de Antonio Maura, primer ministro entre 1907 y 1909, presenta semejanzas con Ciudadanos: impulsó lo que él llamaría una "revolución desde arriba", con el objetivo de que su inicio no fuera provocado por las clases populares. Se apoyó en la clase media-alta, tratando de cambiar lo justo y necesario para que nada cambiara. A su época de gobierno, de hecho, se le llama "reformismo frustrado". Así, donde Maura luchó contra el caciquismo; Rivera luchará contra los desahucios; donde el balear impulsó autonomías, el catalán fomentará la actividad industrial y el desarrollo turístico. Pero, aun siendo todas ellas medidas que conllevan un progreso, son insuficientes y muy ajenas al verdadero problema: la ya mencionada participación en política de empresas y empresarios que nadie elige y su influencia en las decisiones verdaderamente trascendentales.

La renovación política en España evidencia un cambio de mentalidad. Los casos de corrupción, la privatización de bienes públicos necesarios y, más en general, la pésima gestión que Zapatero (el mismísimo Diablo para la derecha) hizo en su momento y que Rajoy sigue haciendo hoy, han convencido a los españoles de que descuidarse de la política implica que la calidad de vida decaiga, que la política sea utilizada con fines lucrativos y que cualquier signo de altruismo y buena voluntad desaparezca. Si queremos que esto cambie tendremos que buscar una solución en las urnas, pero, por lo ya expuesto, Ciudadanos está muy lejos de representar el cambio necesario.

domingo, 10 de mayo de 2015

Típicamente español

Cumplidos los dieciocho, los españoles entran en la Universidad, que acojona tela, desde los temibles profesores hasta las miles de páginas que -dicen- estudiarán , pasando por los estudiantes uno, dos, tres o cuatro años mayores. Qué de mayores. Nada más lejos de la realidad, imagino, sin saber a ciencia cierta, cuando hablamos del teórico epicentro de la cultura que se ha convertido, con la universalización de la educación, en un puticlub de libros y un follón de profesores jóvenes que se las dan de majos y viejos que van de bordes. Y allí entran, o entramos, los chavales recientemente mayores de edad en lo físico y que aún viven la plenitud de su infancia feliciana e inconsciente en lo mental. En las Universidades nos dicen, imagino, que hay que estudiar, que ya no estamos en el Colegio, que lo llevemos al día y que déjate de charlas que vamos a empezar. Y, cuatro años después, espero que algo más maduros y formados como estupendos profesionales en el grado que cursemos, los estudiantes salimos, o ya diré que salen, al mercado profesional, en un abismo colosal entre la teoría que, como en el colegio, han maldecido innumerables veces, y la práctica, que en realidad no tiene nada que ver con la teoría, para qué nos vamos a engañar. Y sin embargo, la estupenda formación académica recibida no tiene nada que ver con la formación de personas, la formación "en valores", aunque esta expresión me produce asco por su componente clerical que en ese contexto equivale a algo así como "en esclavitud, servidumbre y adiestramiento teológico". El hecho es que en cuanto a personas se refiere se forma a muchos payasos de circo que, a la postre, manejan demasiados cargos importantes -muchos muy alejados de los grados que con tanta brillantez han estudiado-. He aquí varios ejemplos aclaratorios.

No es necesario rebuscar mucho. Nuestro presidente del Gobierno, Rajoy, debe de ser un tío brillante en lo académico. Registrador de la propiedad y por tanto estudiante empollón nato. Y, sin embargo, es un verdadero tonto del bote que no sirve más que de marioneta de toda esa corruptela que a él se le achaca y que tapa como buenamente puede, cumpliendo su función de chivo expiatorio de la versión española de la familia Corleone, que no comparte apellido sino siglas: PP. Como el tonto del grupo que paga el pato. Además, no sabe ni leer los discursos que le redactan y, en sus medidas más egoístas en las que nadie ha apoyado a él ni a su partido, ambos han demostrado una avaricia y un desdén hacia la pobretería digna de insulto. Para Rajoy ETA es una gran nación. Otro ejemplo es Esperanza Aguirre, otra buena profesional que se gana la vida dignamente en su labor como estafadora. O mejor, se gana la vida, porque digna no es que sea. Engaña a los ciudadanos con discursos radicalmente distintos a sus actos y con campañas que no piensa cumplir. De vez en cuando, como todos, comete algún error y se le escapa lo que verdaderamente piensa: "Malditos vagabundos sin techo, qué molestos son para los turistas, con lo bien que estarían durmiendo en su casa", o lo que es lo mismo, "putos pobres de mierda". Y qué decir de Fernández Villa, el sindicalista minero más golfo jamás conocido, al que se le llenaba la boca con palabrería proletaria barata -aunque con mucho sentido- que olvidaba fácilmente cuando se trataba de esconder 1,4 millones de euros al fisco. "Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros", como dijo Marx -el bueno, Groucho-.

Al fin y al cabo, el mundo está lleno de mamarrachos. Todos conocemos la hipocresía en la que se mueve la sociedad. Pocos la explicamos. Cuando vienen mal dadas, la carroña más putrefacta abandona su escondite para criticar a todo el que se cruce por delante. Las vacas flacas son momento de someter a linchamiento a todos esos que caen mal, esos a los que uno busca motivos para criticar desde hace meses, si no años. Y si no es economía, es personalidad, inestabilidad personal o emocional... Siempre hay un momento para despotricar a gusto, pero eso sí, siempre a la espalda. En estas críticas hay un cierto tufillo al pecado nacional por excelencia, la envidia. Es probable que en muchas ocasiones quien critica lo haga por necesidad de atacar, siendo esto una simple maniobra de defensa. Y por otro lado, es legítimo que nos defendamos, pero no lo es tanto que lo hagamos asestando puñaladas vilmente enmascarados. Claro que esto parece inherente al español y al hombre en general. La palabra "persona", de hecho, tiene su origen etimológico en el griego prósopon, que significa máscara, claro indicio de que la persona no es más que la fachada que esconde nuestra personalidad. Tirar la piedra y esconder la mano cobardemente es tan típicamente español como la paella, el buen vino, el chiringuito mediterráneo o la más completa ignorancia.

sábado, 2 de mayo de 2015

Ver y oír y sentir y vivir

Tengo por costumbre ir a San Mamés a ver fútbol. Por proximidad y tradición, soy hincha del Athletic, asiduo a su estadio y suelo, además, ver sus partidos como visitante a través de la televisión. Lo cierto es que lo ponen fácil con precios competitivos. Hace unos días, en el famosísimo derbi vasco contra la Real Sociedad, ambos clubes decidieron homenajear a los integrantes de la plantilla sub-18 de la Selección de Euskadi, para premiarles así por haberse proclamado campeones de España ganando a Madrid. En el homenaje, que tuvo lugar justo antes de empezar el partido, los jóvenes jugadores se acercaron hasta el centro del campo presentando el trofeo ganado, en dos filas indias, una al lado de la otra, hasta colocarse en un semicírculo sobre la línea del círculo central. Para mi sorpresa, la gran mayoría recorrió estos veinte o treinta metros móvil en mano, apuntando a las gradas, con -supongo- la función de vídeo activada. Dieron más importancia a la presencia en las hemerotecas del instante que al instante en sí, a verlo y oírlo y sentirlo y vivirlo.

La tecnología nos come en nuestra vida cotidiana desde bien pequeños. Entrenando a un grupo de alevines, es decir, de niños de diez u once años, se me ocurrió, a modo de "experimento", preguntar cuántos de ellos tenían un teléfono propio de última generación. De los trece, ocho tenían móvil, desde iPhone hasta Samsung Galaxy, pasando por HTC o Sony Xperia. Fue entonces cuando me di cuenta de que el problema de fondo no está en los niños. Ellos han nacido en la era de la tecnología, han sido educados en ella y no son capaces de verle un lado negativo, porque nadie se lo ha mostrado. Son los adultos, los padres de estos niños, los que les permiten el acceso indiscriminado a Internet a través de diminutas pantallas táctiles y los que, peor aún, dan horrible ejemplo utilizando tablets, portátiles y móviles en los peores momentos, desatendiendo la situación y a sus propios familiares, hijos o amigos.

Lo más preocupante es que los miles de millones de datos que generamos diariamente acabarán perdidos e inaccesibles. Los motivos: el deterioro de los equipos que los almacenan, la obsolescencia programada o las leyes del famoso 'copyright'. Hemos generado tanta información en las pocas décadas que llevamos de tecnología punta que, si llenáramos con ella millones de iPads, apilados, alcanzarían la Luna. La cantidad de datos crece exponencialmente, hasta duplicarse cada dos años. De aquí a 2020, habremos generado tanta información que, siguiendo el ejemplo anterior, esas tabletas de Apple rebosantes de datos habrán recorrido tres veces la distancia que nos separa del satélite. Y, como digo, nuestra era oscura de la información, algo así como la Edad Media a pequeña escala, perderá todo próximamente, sin dejar rastro físico de su paso por la Historia. Los disquetes, en los que tanta información se almacenó en los años 80, son un buen ejemplo: quien no los ha perdido, no puede acceder a ellos porque los sistemas de lectura han desaparecido o son ya excesivamente viejos. Y como el avance es constante, aunque pensemos que en un CD o un pen-drive los datos están seguros, no es así. Sin ir más lejos, ninguna tableta dispone de lectores para este hardware, de modo que la desaparición de los ordenadores tal y como los conocemos conllevaría la pérdida de información generada desde hace 15 años hasta hoy.

La tecnología es, además, un instrumento político con fines muy ilícitos. Genera necesidades paradójicamente innecesarias para asegurar que la ciudadanía, ensimismada en ella, se sienta libre por tenerla y olvide el recorte de sus derechos más elementales. Focaliza la ira y permite a las personas expresarla lanzando mensajes al mundo. Capta nuestra atención y la retira de lo más básico, aquello para lo que estamos aquí: ver y oír y sentir y vivir.

domingo, 26 de abril de 2015

El café de tus sueños

Resulta que en mi casa tenemos una máquina de lo más cómodo para hacer café casi al instante. Cumple los requisitos indispensables para ponerse de moda en nuestro siglo XXI: es fácil -sólo tiene tres botones, contando el de encendido y apagado- y rápida, que al fin y al cabo es lo que necesitamos cuando vamos con prisa, o sea, siempre. Quien más quien menos, todos sabemos qué es Nespresso.

Este mes les ha dado por sacar una colección de capsulitas súper trendy, de esas de caerte de culo al apreciar "la audaz intensidad 8", "el fuerte carácter" -tendrá mala hostia- y el "regusto agradable y refinado" del nuevo Grand Cru Monsoon Malabar Limited Edition. Sí señor, es un Grand Cru Monsoon Malabar Limited Edition con todas las letras, legendario, como dicen ellos. Pero claro, no basta con ponerlo en las tiendas modernitas de pijoteo de ricachón, en plan vente, cómpralo y ya de paso te tomas un solo con sacarina en nuestra salita con tu nuevo iPad, no; te mandan a casa una cartita, en un sobre very cool en tonos granates con un barquito pintado y con trato casi individualizado en la letra que, a buen seguro, Eduard Cansado nos escribe pensando en cada uno de nosotros, como en todo pequeño comercio.  En la carta, de papel blanco (qué poco innovador), te presentan el café de tus sueños para pasar, párrafo aparte, a colártelo como puedan, vendiéndote las ofertas que se les ocurren y poniéndolas en negrita por si no te habías dado cuenta.  El contraste demuestra que la finura es pura fachada.

Eso no es todo. Acompaña a la carta y al sobre un cuadernillo con más fotos de barcos y mar -resulta que es lo que caracteriza al café-. Y yo ahora voy y me creo que el sabor es especial porque lo han paseado por la bahía de Bengala durante tres meses, para pasar el rato, porque sí. Solo así han conseguido un sabor "susurrado por el viento" y unos "granos hinchados y envejecidos" con un "singular aroma" y una "suave textura". De hecho, no ha sido así, y hasta lo admiten. Así que, qué majos ellos, te cuentan que someten al café a vientos monzónicos (la palabra no existe; son unos adelantados a su tiempo) tropicales en almacenes bien ventilados situados cerca del mar, en la costa de Malabar, durante 2 o 3 meses. Dejando de lado que eso de "bien ventilados" y "cerca del mar" son dos cosas muy subjetivas, también llama la atención lo siguiente: "Nespresso supervisa todas las etapas de este proceso con un cuidado meticuloso para ofrecerle el café en la máxima calidad posible", o lo que es lo mismo, los niños indios de 10 años, entre chabola y chabola, no duermen para que tú te tomes tu café en la playita tomando el sol o en tu sofá viendo el Sálvame. Y tan tranquilo.

Nespresso representa, por su cualidad de engañabobos compaginada con una sutil campaña de mero consumismo, al neo-postureo, al comprar por comprar o simplemente para que me vean entrar y salir de la tienda y pasearme por la ciudad con mi bolsita. Ese ansia consumidora más ladrona, porque arrebata a la ciudades su personalidad y las convierte en lugares siniestros con edificios altos y tiendas repetidas. Ellos y otras tantas cadenas de comida, bebida o ropa nos roban la tienda de la esquina, el bar de Paco y el todo a cien de Pepi. Nos convierten en robots conformistas, simples y sencillos, y especialmente breves, que no molestan, llegan y en un tiempo, cuando se estropean, se van. Robots que se alegran por tomar el mismo café en Berlín, Madrid, París o Londres, que olvidan por el camino la idiosincrasia que debe caracterizar a cada ciudad. Apena, sin duda, que nos conviertan en seres más insignificantes todavía de lo que ya somos. En máquinas, al fin y al cabo.

miércoles, 22 de abril de 2015

Revolución e Ilustración (III)

Hemos puesto en el poder a personas que en ningún caso se habían formado para ello. Nuestro presidente y su séquito de ministros son artistas, pensadores, matemáticos o físicos. Idealmente, claro está; si realmente lleváramos a la práctica semejante transformación, seguiría habiendo abogados o ingenieros, cuya presencia es el menor de nuestros problemas. En la puerta del Congreso de los Diputados nuestros apoderados discuten sobre temas de su gusto: realismo en la pintura de Courbet o impresionismo de Monet entre los pintores, empirismo lockeano o racionalismo cartesiano entre los filósofos y darwinismo o creacionismo entre los científicos -siempre los habrá sin sentido común, lamentablemente-. No habremos conseguido nada si la renovación no es total: las decenas o cientos de asesores de los predecesores deberán marchar o ser forzados a salir. El sistema es amplio y quienes entran en él fácilmente manipulables. Es aquí donde entran en juego las listas abiertas, gracias a las cuales un pueblo español medianamente listo sacará del juego político a los que han robado, estafado o engañado indiscriminadamente.

Con la renovación que hemos llevado a cabo han desaparecido los oportunistas que hacen política sin vocación, para sobrevivir, pero no hemos hecho más que empezar. Planteado que el objetivo de cada persona es la felicidad, por extensión, el de una sociedad es permitir que todos sus miembros tengan la posibilidad de ser felices. Para ser feliz, una persona necesita saber; la curiosidad es la mejor prueba a la que puedo remitir: satisfacer la curiosidad es, valga la redundancia, una satisfacción. Para ilustrar al pueblo hay varios pasos sencillos: partiendo de la supresión del IVA cultural, detalle importante, es preciso analizar y modificar la totalidad del sistema educativo. Las asignaturas que "distraen", como las califica el actual ministro de Educación y Cultura, de cuyo nombre no quiero acordarme, es decir, filosofía, arte y todas aquellas que fomentan la creatividad y el libre pensamiento tendrán un papel esencial, premiándose en ellas la capacidad de innovar. En los temarios más arduos pero especialmente imprescindibles se fomentará interpretar la información y no aprenderla de memoria para recitarla como si a loros educáramos. Se formará, en definitiva, a personas, por encima de simples profesionales. Los pormenores de este sistema no nos atañen en este preciso instante. Es tan complejo elaborarlo que se extendería a lo largo de un ensayo -hay muchos publicados al respecto, como Emilio, o de la educación de Rousseau.

El cambio desde arriba es utópico con el sistema actual. La principal barrera está precisamente en lo que queremos destruir: la ignorancia del pueblo. La falta de independencia de pensamiento, la minoría de edad de la que Kant tanto habló, la heteronimia que transforma a las personas en máquinas las hace pusilánimes, débiles, temerosas y por tanto conservadoras. El miedo de la sociedad al cambio, al progreso, a un futuro no fijo; al contrario, móvil y desconocido es producto de la manipulación. Aunque avanzar hacia algo borroso en un principio puede parecer atrevido y arriesgado, no lo es si se trata de progreso, porque nunca puede ser una barrera, no puede hacer daño, será positivo siempre que implique conocimiento. Son quienes llevan el timón los que mienten al pueblo para que, asustado por las luces, el conocimiento y el avance intelectual los rechace y mantenga en la cabina de mando a los que llegaron para no irse. Tan solo el intelecto de los más preparados como personas, y no como simples profesionales, por buenos que sean, podrá guiarnos para salir del agujero negro en el que nos encontramos, el agujero de la ignorancia de la mayoría para el enriquecimiento de la minoría, eso que algunos llaman capitalismo y que, cuando la gran parte de la población sea en su medida sabia, colapsará. Con tal proceso de Ilustración habremos alcanzado el fin que la Revolución propone, pero habremos evitado en el camino miles de muertes. Atreverse a impulsar el cambio pacífico a través de la cultura y la concienciación del pueblo es improbable; no imposible.

lunes, 13 de abril de 2015

La tragedia

Cuando contemplamos, horrorizados  e inevitablemente afectados, las catástrofes de todo tipo, ya sean naturales o artificiales, nos llevamos las manos a la cabeza. Qué duro, qué tristeza y qué tragedia. Porque no estamos preparados, somos débiles y pusilánimes ante cualquier ataque a nuestra inestable tranquilidad interior, aparentemente fuerte pero realmente vulnerable.

Friedrich Nietzsche entendió que el origen de la tragedia estaba en la Grecia presocrática, o al menos así lo expresó en su obra El nacimiento de la tragedia. Siendo su primer libro escrito y publicado ya como catedrático en filología, denunció la plenitud de los valores a los que ésta evocaba para acusar a Sócrates de su fin, entendiendo la obsesión del primer gran pensador por la racionalización de sistemas morales como la desembocadura y posterior pérdida del verdadero período de esplendor de la humanidad. Así, en obras posteriores el alemán afirmaría del cristianismo que es "platonismo para la plebe" y que es su obsesión por la "moral de esclavos", de sometimiento, de humildad y de respeto la que conduce a una sociedad incapaz de reconocer el poder del género trágico y temerosa de él. Podemos concluir, entonces, que es la influencia del cristianismo en la cultura occidental -posteriormente, como el propio Nietzsche denunciaba, exportada al resto del mundo- la que provoca nuestro miedo por lo trágico, por la aceptación de que, nos guste o no, el mundo es tragedia, porque la existencia de la vida implica la existencia de su contrario, la muerte, y así con el Ser e infinitas series de conceptos abstractos.

El diagnóstico es el primer paso, pero no el último. Para saber cómo salir de un agujero de ardua escapatoria debemos rebuscar en el único espectáculo que lleva la tragedia a la vida, que introduce la muerte en nuestra fina sociedad que inocentemente rehúye nuestra inevitable desaparición por simple miedo. Hablo, cómo no, de la tauromaquia, y concretamente de lo más abstracto de su filosofía, de cómo imprime una visión cercana a la muerte y ayuda a quienes nos acercamos a ella a reflexionar sobre la misma. Decía Ramón del Valle-Inclán: "La mayor manifestación del arte es la tragedia. El autor de una tragedia crea un héroe y le dice al público: Tenéis que amarle. ¿Y qué hace para que sea amado? Le rodea de peligros, de amenazas, de presagios... y el público se interesa por el héroe, y cuanto mayor es su desgracia y más cerca está su muerte, más le quiere. Porque el hombre no quiere a su semejante sino cuando lo ve en peligro (...). En los toros la tragedia es real. Allí el torero es autor y actor. Él puede a su antojo crear una tragedia, una comedia o una farsa. Cuanto mayor es el peligro del torero, mayor es la amenaza de tragedia y más grande es la manifestación de arte". Acercarse a los festejos taurinos es quitarse la venda y apreciar con los ojos desnudos un mundo lleno de muerte, simple sigilosa pero al acecho, lista para hincar el diente. Es asumir que, al igual que el torero, cualquier persona puede morir en cualquier momento, en cualquier lugar y bajo cualquier circunstancia. Es aceptar la muerte como el final común que a todos unifica, reconocer en la vida el tópico latino vita flumen que Jorge Manrique nos explicó en sus archiconocidas coplas: Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir; / allí van los señoríos / derechos a se acabar / y consumir; / allí los ríos caudales, / allí los otros medianos / y más chicos, / y llegados, son iguales / los que viven por sus manos / y los ricos.

Permítanme que invite a todos a investigar en lo más profundo de la filosofía taurómaca y a evitar el prejuicio de la muerte de animales. Porque, por encima de una apariencia sádica, cruenta y cerril se esconde una verdad de magnitudes inalcanzables, que merece ser conocida y juzgada; después, cuando dicha verdad asuste, porque no a todos gusta ver la cruda realidad, decidan si quieren seguir acercándose o, por el contrario, prefieren hacer oposición desde una posición de profundo conocimiento del espectáculo. Pero, si no les importa, ahórrense los juicios prematuros sobre el espectáculo más veraz y honesto que jamás alcanzarán a ver.

viernes, 10 de abril de 2015

Revolución e Ilustración (II)

Mediante la revolución no conseguiremos el cambio que ansiamos porque así ha sido históricamente. Remontándonos a nuestro pasado, como hicimos en la primera entrega, hemos contemplado el estrepitoso fracaso de toda rebelión armada; desde la indiscriminadamente violenta y asesina Revolución Francesa, que tanto daño hizo al progreso intelectual, hasta la Revolución Rusa, pasando por otras tantas, decenas si no cientos. Si los objetivos de cualquier revuelta han sido a largo plazo y de teórico beneficio para las mayorías, sus resultados siempre han defraudado, siendo visibles a corto plazo -probablemente porque las sociedades son tan cambiantes que cualquier proyecto demasiado amplio es utópico a cincuenta años vista- y con efectos alejados de los propuestos.

Como el cambio desde abajo es un camino de arduo recorrido que desemboca en el precipicio de la intrascendencia histórica y sobre el que se abalanza la amenaza del retorno a la posición de la que se parte, solo hay otra solución posible: una transformación que parta de las cotas más altas, más prestigiosas y más apoderadas, de ese sector de la sociedad tan desgastado en nuestro siglo y condenado a ser criticado por tener sus acciones una repercusión tan inabarcable. Irvine Welsh refleja el desgaste de la clase política en su novela Trainspotting: "Aquí no hay votos para el gobierno, así que ¿para qué te vas a molestar en hacerlo? (...) ¿Qué tiene que ver la moral con la política? Tiene que ver solo con la pasta". La renovación en forma de recambio de los que mandan sin saber, la transformación de lo que la política significa hoy es el único camino para alcanzar una sociedad más colaborativa, que sea el culmen de la ayuda mutua entre personas y se aleje de los valores que el capitalismo y los acérrimos a él han implantado con la ayuda de medios de comunicación y religiones, esos valores que anteponen destacar pisando a otros sobre hacerlo compenetrándose con otros. Y para que la política inmoral deje de serlo necesita en ella gente capaz de discernir lo bueno de lo malo, que no acuda llamada por la fama que otorga a quienes están arriba y que no finja altruismo ni persiga riquezas excesivas que no hacen sino corromper a quien las tiene y jamás querrá soltarlas. Lo que necesitamos, en definitiva, son políticos que no sean políticos, que sean poetas, como Luis García Montero, que sean actores, como Toni Cantó, que sean filósofos, como Fernando Savater, que sean pintores, cineastas, escritores, académicos... Que hayan perseguido en su vida el desarrollo intelectual y un nivel cultural óptimo. "Un grupo animado de confianza, de generoso ardor, con fe en el progreso y la educación, convencido de que para hacer a los pueblos felices es preciso ilustrarlos", como los define Arturo Pérez-Reverte en Hombres buenos. Esos hombres buenos a los que parece hacer referencia el título de la novela serán los encargados, como explicaremos en el próximo número, de culturizar a las masas y de tomar con soltura y responsabilidad las decisiones más influyentes.

jueves, 9 de abril de 2015

Revolución e Ilustración (I)

Cuando el filósofo y economista Karl Marx denunciaba la situación en que el proletariado era explotado por la burguesía, cuando hablaba de antagonismo entre dos clases, poseedores y desposeídos, y cuando propugnaba un cambio inevitable que destruiría el capitalismo, el alemán mencionó siempre la existencia de una revolución como punto de partida de la transformación del sistema en otro con distintos valores y una repartición más equitativa de la riqueza. Esta revolución que, según juzgó erróneamente Marx, se daría en un país industrializado (puesto que en uno que no lo está no existe el proletariado), sería indispensablemente violenta, y tendría como figura principal a la avanzadilla del proletariado, los comunistas, algo así como la voz cantante de los tontos incapaces de ver el sometimiento que aceptaban abducidos por el capital y su poder. La pequeña aristocracia presente en las ideas marxistas más básicas se desmonta por sí sola.

Juzgamos que el sistema actual, el capitalista, el que debemos a algunos economistas muy clasistas y a un país que ha apostado por él como EEUU, nos lleva por la calle de la amargura: genera riqueza de unos mediante la pobreza de otros y no se interesa por los empobrecidos precisamente por serlo. Sin embargo, afirmamos esta precisa verdad apelando a un cambio, a una revolución como la que Marx propuso o como la que, antes de eso, tuvo lugar en Francia, allá por 1789. Esta revolución no trajo sino un caos a nivel europeo que cristalizaría en el Imperio Napoleónico y que se daría por fracasada tras el Congreso de Viena de 1814-15, como otras tantas revueltas han fracasado históricamente: desde la comuna de París, que se saldó con 30.000 muertos y se sostuvo poco más de sesenta días, hasta la de todos conocida Revolución Rusa de 1917, que asesinó sin necesidad al zar Nicolás II y consiguió un régimen dictatorial en manos de Stalin menos pobre pero infinitamente más restrictivo que el que le precedió. Con todo, nos resignamos a quitarnos la venda y abrir los ojos para observar, al fin, que las revoluciones violentas son, en palabras de Kant, "el cambio de unos valores para instaurar otros", una mera limpieza de escaparate que mantiene el mismo problema de fondo, una transmutación de lo más superficial incapaz de cambiar el sustento de los problemas, y que no consiguen sino un levísimo progreso en favor de la mayoría, progreso que parece haber desaparecido con el capitalismo más extremo.

La revolución no es el camino. La única posibilidad de progreso, de ese progreso que necesitamos intrínsecamente como seres humanos que somos, está en el desarrollo cultural del pueblo como conjunto, como mayoría, que se ha convertido en indudablemente inculto. Cuando más de la mitad de los españoles que no lee o dice leer ocasionalmente admite hacerlo por falta de interés y no por falta de tiempo, ese conjunto de incultos sin interés sobre los que recientemente escribí en este mismo blog en artículo bajo ese preciso mismo nombre, demuestra que, como afirma Javier Marías, "está en el mundo que le ha tocado en suerte como un animal sin intentar comprender nada de nada".

Desechada la revolución, necesitamos encontrar otras vías. Cuando uno se remonta al siglo XVIII, al siglo de los ilustrados como Kant o Rousseau, encuentra apuntes interesantes en el despotismo ilustrado de, por ejemplo, Federico II el Grande, rey de Prusia entre 1740 y 1786. Él, desconocido para la mayoría, de padre absolutista y nada sospechoso de progresista, aprendió música y filosofía, creó una Academia del pensamiento -de ella formaron parte ilustres como Voltaire- y permitió una libertad de expresión nunca vista hasta entonces. Quizá convenga imitar prácticas de este siglo, como la divulgación de la cultura y el intento de culturizar al pueblo, y rechazar otras erróneas, como el absolutismo que desencadenaría una revolución de la que ya hemos hablado. Transformar el "todo para el pueblo pero sin el pueblo" en "todo para el pueblo y con el pueblo". Tan costoso proceso de culturización merece sin lugar a duda una siguiente entrega.

lunes, 6 de abril de 2015

La cultura del miedo

Basta leer los periódicos para observar con estupefacción que semanalmente muere alguien en Estados Unidos como consecuencia de uno o varios disparos por parte de la policía. Pero no "alguien" como una persona desconocida y lejana a nosotros, no: se trata siempre de un negro. A la policía yanqui, armada hasta las trancas como lo están los ciudadanos a los que "vigilan", se le disparan las pistolas como si tuvieran resortes cuando un negro se cruza por su camino, independientemente de que sea culpable, o no; de que quiera huir, o no.

La excusa más habitual, irrefutable y por tanto cojonuda, es que el policía dispara cuando siente miedo "por su propia integridad". La policía dispara a negros que huyen porque teme que se giren, den cuatro volteretas, se saquen un arma del calcetín y les dispare. Como en las películas.  Lo suyo es echar el freno y pensar por qué se da esta situación. La respuesta es tan fácil que a los americanos, siempre tan obsesionados con inventar lo más complejo al entenderlo como lo mejor, se les escapa. Qué vamos a decir de ese país que invirtió millones en inventar un bolígrafo para el espacio - el Pilot- y contempló con cara de idiota cómo los rusos, prácticos por encima de todo, se llevaron un lápiz. Quizá, solo quizá, si el acceso a las armas no fuera tan fácil en EEUU, si no bastara con tener dinero y cuatro clasecillas convertidas en "licencia" para tener una pistola en el cajón, no sería necesario que los cuerpos de seguridad atacaran para defenderse. Podrían simplemente amenazar o en casos extremos golpear, pero no sería necesario matar porque el presunto criminal no estaría armado.

Todo responde a una estrategia mucho mayor. Como señala Michael Moore en su brillante documental "Fahrenheit 9/11", el miedo hacia los negros, es decir, el racismo más vil, viene alimentado por los medios, que los señalan como criminales despiadados y no como ciudadanos honrados, a diferencia de los blancos, patriotas orgullosos de su país y auténticos héroes nacionales. Semejante bombardeo de mentiras manipuladoras lleva a cualquiera a sentir la necesidad de protegerse mediante la fuerza, y para ello el Gobierno administra armas a diestro y siniestro. Una vez garantizada la falsa sensación de protección, cualquier otro asunto parece intrascendente: el egoísmo con los mendigos, increíblemente abundantes en tan próspero país, la ausencia de colegios, universidades y hospitales sufragados con dinero público y la política expansionista que con la CIA a los mandos busca dominar el mundo. Este imperialismo descarado se suaviza para los patriotas que dicen estar orgullosos de una mierda de país de conformistas en el que uno no puede ausentarse del trabajo ni justificando un dolor de cabeza: no le pagarán el día.

Y, como los europeos nos dejamos comer el coco por cualquiera que hable inglés, traemos hasta aquí su mierda de comida, sus películas propagandísticas más propias de Goebbels que de Obama, su cultura sin pasado que hace que olvidemos el nuestro, su capitalismo más extremo que pone a las personas al servicio del capital y su consecuente religiosidad fervorizada asombrosamente nihilista, sus costumbres más absurdas, su tecnología punta que engaña, somete e hipnotiza a cualquier bobo y hasta su lenguaje, que se cuela en la riqueza léxica del castellano para hacernos de menos. Solo hay un consuelo posible: si cayeron los griegos, los romanos, los otomanos y un largo etcétera de imperios poderosos, tranquilos, algún día caerán los yanquis.