La tecnología nos come en nuestra vida cotidiana desde bien
pequeños. Entrenando a un grupo de alevines, es decir, de niños de diez u once
años, se me ocurrió, a modo de "experimento", preguntar cuántos de
ellos tenían un teléfono propio de última generación. De los trece, ocho tenían
móvil, desde iPhone hasta Samsung Galaxy, pasando por HTC o Sony Xperia. Fue
entonces cuando me di cuenta de que el problema de fondo no está en los niños.
Ellos han nacido en la era de la tecnología, han sido educados en ella y no son
capaces de verle un lado negativo, porque nadie se lo ha mostrado. Son los
adultos, los padres de estos niños, los que les permiten el acceso
indiscriminado a Internet a través de diminutas pantallas táctiles y los que,
peor aún, dan horrible ejemplo utilizando tablets, portátiles y móviles en los
peores momentos, desatendiendo la situación y a sus propios familiares, hijos o
amigos.
Lo más preocupante es que los miles de millones de datos que
generamos diariamente acabarán perdidos e inaccesibles. Los motivos: el
deterioro de los equipos que los almacenan, la obsolescencia programada o las
leyes del famoso 'copyright'. Hemos generado tanta información en las pocas
décadas que llevamos de tecnología punta que, si llenáramos con ella millones
de iPads, apilados, alcanzarían la Luna. La cantidad de datos crece
exponencialmente, hasta duplicarse cada dos años. De aquí a 2020, habremos
generado tanta información que, siguiendo el ejemplo anterior, esas tabletas de
Apple rebosantes de datos habrán recorrido tres veces la distancia que nos
separa del satélite. Y, como digo, nuestra era oscura de la información, algo
así como la Edad Media a pequeña escala, perderá todo próximamente, sin dejar rastro
físico de su paso por la Historia. Los disquetes, en los que tanta información
se almacenó en los años 80, son un buen ejemplo: quien no los ha perdido, no
puede acceder a ellos porque los sistemas de lectura han desaparecido o son ya
excesivamente viejos. Y como el avance es constante, aunque pensemos que en un
CD o un pen-drive los datos están seguros, no es así. Sin ir más lejos, ninguna
tableta dispone de lectores para este hardware, de modo que la desaparición de
los ordenadores tal y como los conocemos conllevaría la pérdida de información generada
desde hace 15 años hasta hoy.
La tecnología es, además, un instrumento político con fines
muy ilícitos. Genera necesidades paradójicamente innecesarias para asegurar que
la ciudadanía, ensimismada en ella, se sienta libre por tenerla y olvide el recorte
de sus derechos más elementales. Focaliza la ira y permite a las personas
expresarla lanzando mensajes al mundo. Capta nuestra atención y la retira de
lo más básico, aquello para lo que estamos aquí: ver y oír y sentir y vivir.
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