No es necesario rebuscar mucho. Nuestro presidente del
Gobierno, Rajoy, debe de ser un tío brillante en lo académico. Registrador de
la propiedad y por tanto estudiante empollón nato. Y, sin embargo, es un
verdadero tonto del bote que no sirve más que de marioneta de toda esa
corruptela que a él se le achaca y que tapa como buenamente puede, cumpliendo
su función de chivo expiatorio de la versión española de la familia Corleone,
que no comparte apellido sino siglas: PP. Como el tonto del grupo que paga el
pato. Además, no sabe ni leer los discursos que le redactan y, en sus medidas más
egoístas en las que nadie ha apoyado a él ni a su partido, ambos han demostrado
una avaricia y un desdén hacia la pobretería digna de insulto. Para Rajoy ETA
es una gran nación. Otro ejemplo es Esperanza Aguirre, otra buena profesional
que se gana la vida dignamente en su labor como estafadora. O mejor, se gana la
vida, porque digna no es que sea. Engaña a los ciudadanos con discursos
radicalmente distintos a sus actos y con campañas que no piensa cumplir. De vez
en cuando, como todos, comete algún error y se le escapa lo que verdaderamente
piensa: "Malditos vagabundos sin techo, qué molestos son para los
turistas, con lo bien que estarían durmiendo en su casa", o lo que es lo
mismo, "putos pobres de mierda". Y qué decir de Fernández Villa, el
sindicalista minero más golfo jamás conocido, al que se le llenaba la boca con
palabrería proletaria barata -aunque con mucho sentido- que olvidaba fácilmente
cuando se trataba de esconder 1,4 millones de euros al fisco. "Estos son
mis principios; si no le gustan, tengo otros", como dijo Marx -el bueno,
Groucho-.
Al fin y al cabo, el mundo está lleno de mamarrachos. Todos
conocemos la hipocresía en la que se mueve la sociedad. Pocos la explicamos.
Cuando vienen mal dadas, la carroña más putrefacta abandona su escondite para
criticar a todo el que se cruce por delante. Las vacas flacas son momento de
someter a linchamiento a todos esos que caen mal, esos a los que uno busca
motivos para criticar desde hace meses, si no años. Y si no es economía, es
personalidad, inestabilidad personal o emocional... Siempre hay un momento para
despotricar a gusto, pero eso sí, siempre a la espalda. En estas críticas hay
un cierto tufillo al pecado nacional por excelencia, la envidia. Es probable
que en muchas ocasiones quien critica lo haga por necesidad de atacar, siendo
esto una simple maniobra de defensa. Y por otro lado, es legítimo que nos
defendamos, pero no lo es tanto que lo hagamos asestando puñaladas vilmente
enmascarados. Claro que esto parece inherente al español y al hombre en
general. La palabra "persona", de hecho, tiene su origen etimológico
en el griego prósopon, que significa
máscara, claro indicio de que la persona no es más que la fachada que esconde
nuestra personalidad. Tirar la piedra y esconder la mano cobardemente es tan
típicamente español como la paella, el buen vino, el chiringuito mediterráneo o
la más completa ignorancia.
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