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domingo, 10 de mayo de 2015

Típicamente español

Cumplidos los dieciocho, los españoles entran en la Universidad, que acojona tela, desde los temibles profesores hasta las miles de páginas que -dicen- estudiarán , pasando por los estudiantes uno, dos, tres o cuatro años mayores. Qué de mayores. Nada más lejos de la realidad, imagino, sin saber a ciencia cierta, cuando hablamos del teórico epicentro de la cultura que se ha convertido, con la universalización de la educación, en un puticlub de libros y un follón de profesores jóvenes que se las dan de majos y viejos que van de bordes. Y allí entran, o entramos, los chavales recientemente mayores de edad en lo físico y que aún viven la plenitud de su infancia feliciana e inconsciente en lo mental. En las Universidades nos dicen, imagino, que hay que estudiar, que ya no estamos en el Colegio, que lo llevemos al día y que déjate de charlas que vamos a empezar. Y, cuatro años después, espero que algo más maduros y formados como estupendos profesionales en el grado que cursemos, los estudiantes salimos, o ya diré que salen, al mercado profesional, en un abismo colosal entre la teoría que, como en el colegio, han maldecido innumerables veces, y la práctica, que en realidad no tiene nada que ver con la teoría, para qué nos vamos a engañar. Y sin embargo, la estupenda formación académica recibida no tiene nada que ver con la formación de personas, la formación "en valores", aunque esta expresión me produce asco por su componente clerical que en ese contexto equivale a algo así como "en esclavitud, servidumbre y adiestramiento teológico". El hecho es que en cuanto a personas se refiere se forma a muchos payasos de circo que, a la postre, manejan demasiados cargos importantes -muchos muy alejados de los grados que con tanta brillantez han estudiado-. He aquí varios ejemplos aclaratorios.

No es necesario rebuscar mucho. Nuestro presidente del Gobierno, Rajoy, debe de ser un tío brillante en lo académico. Registrador de la propiedad y por tanto estudiante empollón nato. Y, sin embargo, es un verdadero tonto del bote que no sirve más que de marioneta de toda esa corruptela que a él se le achaca y que tapa como buenamente puede, cumpliendo su función de chivo expiatorio de la versión española de la familia Corleone, que no comparte apellido sino siglas: PP. Como el tonto del grupo que paga el pato. Además, no sabe ni leer los discursos que le redactan y, en sus medidas más egoístas en las que nadie ha apoyado a él ni a su partido, ambos han demostrado una avaricia y un desdén hacia la pobretería digna de insulto. Para Rajoy ETA es una gran nación. Otro ejemplo es Esperanza Aguirre, otra buena profesional que se gana la vida dignamente en su labor como estafadora. O mejor, se gana la vida, porque digna no es que sea. Engaña a los ciudadanos con discursos radicalmente distintos a sus actos y con campañas que no piensa cumplir. De vez en cuando, como todos, comete algún error y se le escapa lo que verdaderamente piensa: "Malditos vagabundos sin techo, qué molestos son para los turistas, con lo bien que estarían durmiendo en su casa", o lo que es lo mismo, "putos pobres de mierda". Y qué decir de Fernández Villa, el sindicalista minero más golfo jamás conocido, al que se le llenaba la boca con palabrería proletaria barata -aunque con mucho sentido- que olvidaba fácilmente cuando se trataba de esconder 1,4 millones de euros al fisco. "Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros", como dijo Marx -el bueno, Groucho-.

Al fin y al cabo, el mundo está lleno de mamarrachos. Todos conocemos la hipocresía en la que se mueve la sociedad. Pocos la explicamos. Cuando vienen mal dadas, la carroña más putrefacta abandona su escondite para criticar a todo el que se cruce por delante. Las vacas flacas son momento de someter a linchamiento a todos esos que caen mal, esos a los que uno busca motivos para criticar desde hace meses, si no años. Y si no es economía, es personalidad, inestabilidad personal o emocional... Siempre hay un momento para despotricar a gusto, pero eso sí, siempre a la espalda. En estas críticas hay un cierto tufillo al pecado nacional por excelencia, la envidia. Es probable que en muchas ocasiones quien critica lo haga por necesidad de atacar, siendo esto una simple maniobra de defensa. Y por otro lado, es legítimo que nos defendamos, pero no lo es tanto que lo hagamos asestando puñaladas vilmente enmascarados. Claro que esto parece inherente al español y al hombre en general. La palabra "persona", de hecho, tiene su origen etimológico en el griego prósopon, que significa máscara, claro indicio de que la persona no es más que la fachada que esconde nuestra personalidad. Tirar la piedra y esconder la mano cobardemente es tan típicamente español como la paella, el buen vino, el chiringuito mediterráneo o la más completa ignorancia.

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