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martes, 16 de junio de 2015

Humor

El humor es el mayor salvoconducto de la democracia. Reside en él la capacidad de bajar del pedestal los asuntos puntillosos y al mismo tiempo intrascendentes que ocurren en nuestro día a día: tragedias como asesinatos masivos en ataques terroristas o catástrofes naturales inevitables, pero también pequeñas tonterías, como el clásico resbalón con una cáscara de plátano o el simple tropezón que pone la atención sobre quien lo sufre. El humor no es más que la simplificación del mundo con el objetivo de producir risa (y por tanto diversión) a costa de él mismo, es decir, de todos nosotros, en tanto que habitantes. Es una simplificación dolorosa; y lo es porque aceptarla implica reconocer la evidente intrascendencia de nuestro paso por el mundo, el sinsentido que representa nuestra vida. Hasta de muertes se puede reír uno.

Claro que el humor, como todo, tiene categorías. El humor inteligente, por ejemplo, es apolíneo, racional, rebuscado y escondido, porque su comprensión depende de una formación externa al más simple y elemental gracejo. En otras palabras, la esencia del humor inteligente reside fuera de él, en otro ámbito distinto, que pertenece a la política, la religión o la filosofía. La base sobre la que se asienta este tipo de humor es meramente externa. Otra línea humorística sería, por ejemplo, el conocido como humor verde, que es grotesco, pueril, fútil, banal, superficial y simplón. Es tan simple que gira en torno a cagar, mear y follar, sin más recurso que la mofa sencilla y benévola, porque si alguna ventaja tiene este tipo de gracia es que no suele tener maldad. El humor negro, finalmente -y en gran simplificación de los distintos tipos-, es el que más oscuro trasfondo esconde, el más verdadero y sincero, pero al mismo tiempo cruel, despiadado e incompasivo. Su mayor logro es aislarse del mundo hasta el punto de no sentirse afectado por las opiniones que éste vomite, consiguiendo una externalidad que se torna en superioridad y despreocupación por los juicios que desde fuera tratan de derrumbar todo lo que no acompaña a la sociedad. Es el equivalente al Superhombre nietzscheano en la escala de lo humorístico, porque erradica creencias y sistemas morales actuales. El humor negro hace mofa a costa de Irene Villa o los hijos de Bretón, evidenciando, como ya se ha explicado, que hasta de tragedias y muertes se puede reír uno, es decir, entra en todo cuanto exista sólo por existir y lo hace intrínsecamente. Es por tanto ilimitable, y su limitación responde al obsesivo ocultamiento de lo oscuro y lo trágico que acompaña a nuestra pusilánime sociedad del siglo XXI, incluyendo, cómo no, la muerte. Y la crueldad que entraña la jocosidad basada en desgracias es tan evidente que se entiende rechazable, pero nunca condenable ni limitable por los motivos ya expuestos. La supremacía de lo trágico en el humor negro sólo es comparable a la burla de la desgracia que acompañaba a los esperpentos de Valle-Inclán, a los dramas de Lorca o a la tragedia de Wagner.

Recientemente se han conocido -interesadamente, como siempre- burlas grotescas de futuros cargos políticos del ayuntamiento de Madrid, puestos que han alcanzado apoyando la candidatura de Manuela Carmena a través de Ahora Madrid. Uno de los linchados por la debilidad social ha sido Guillermo Zapata, hipotético futuro Concejal de Cultura, a quien se ha fustigado por tweets de 2011 en los que demostraba su afición por el humor negro. La derecha española, escandalizada con el gobierno de la para ellos tan temible y demoníaca izquierda, ha atacado a personajes como él argumentando una falta de humanismo e incluso apoyo a barbaridades recientes que todos, incluyendo quienes ríen de ellas, condenamos, como el Holocausto judío o el asesinato de Marta del Castillo. En esta penosa campaña, impulsada desde las redacciones de los principales diarios que han tenido que remontarse hasta 2011 para encontrar un arma con que atacar a la nueva política, es una muestra más de lo putrefacta que es la caverna mediática española, con El País, La Razón, El Mundo y sobre todo ABC a la cabeza. Nos hemos encontrado con medios que aún no han condenado el franquismo reclamando la dimisión de quien ha bromeado con el Holocausto, una forma de darwinismo social que desarrolló el régimen nazi, que a su vez ayudó al propio Franco a ganar la Guerra Civil. Han salido, por otra parte, miembros del Partido Popular (Carlos Floriano) a decir, parafraseando a Monedero, que "en política el perdón se conjuga dimitiendo", cuando ellos mismos han olvidado esa cita en numerosos casos de corrupción, empezando por las cercanas muestras de cariño del Presidente del Gobierno al imputado tesorero del partido que aún gobierna.

Resulta escandaloso el afán por la corrección política que muestran los propios ciudadanos, que ignoran el escaparate de falsedad y ambigüedad que ella implica. Los políticos políticamente incorrectos podrían y deberían ser el futuro, al haber en ellos una sinceridad y naturalidad que de otra manera se hace imposible de mostrar. Si asumimos que las bromas que tienen que ver con judíos reducidos a cenizas equivalen a apoyo al nazismo, y si, peor aún, entendemos que esas gracias implican un déficit necesario en la gestión del bromista en cuestión, tenemos un problema de base. Los sucesos lamentables de medios tergiversadores esclavos del poder antiguo vendiendo información a un pueblo dócil y vulnerable demuestran que no hemos entendido nada de lo que significa el humor. No hemos entendido nada del mayor salvoconducto de la democracia.

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