Blog de opinión sobre actualidad social y política.

domingo, 12 de julio de 2015

Conquistar la prensa

Las páginas de los cuatro periódicos punteros (El País, El Mundo, ABC, La Razón) rebosan publicidad invasiva de grandes potencias económicas. Sobre el diario El País, por ejemplo, dicta Prisa y, por ende, el Santander, por lo que no es extraño encontrar una muy sutil manipulación en las noticias de índole económica, en lo que se convierte en una perfidia a los principios elementales del periodismo sano. El lector está obligado a leer el contenido por el que se ha interesado con el logotipo de conocidas marcas -esencialmente bancos- a ambos lados, exaltados en llamativos tonos. En las páginas, además, existe un diseño que provoca la aparición del anuncio en el centro de la pantalla durante los primeros (eternos) cinco segundos. Así, mientras uno espera a informarse sobre lo más recientemente acontecido en torno a Grecia, contempla publicidad de bancos que, como es obvio, consiguen así el silencio de los periódicos en los que se anuncian a cambio de un chantaje no escrito y quizás tampoco hablado. Si los bancos quitan los anuncios, los periódicos cierran.

Ocurre en los periódicos como en la vida misma: el entorno económico marca la forma de pensar, la ideología. Se cumplen por tanto los principios elementales de los filósofos de la sospecha, Marx, Nietzsche y Freud en el siglo XIX y otros tantos de ahí en adelante. Afirmaron que el pensamiento de uno debe ser contextualizado: donde para Marx es necesario conocer la situación económica que rodea a una persona porque ella marcará su forma de pensar e incluso de actuar, para Freud hay que analizar esos pensamientos y actos en base a la influencia del inconsciente, subversivo y manipulador. Los periódicos se acercan más al concepto marxista, porque es su necesidad económica la que les lleva a vender su línea editorial. Se convierten, y con ellos todos sus redactores (y qué decir de quienes editorializan bazofia ignominiosa de lo más variada), en estómagos agradecidos, máquinas creadoras de la mentira consciente y deliberada. Venden su imagen y venden a su público. Pero papel venden el justo, y ese es su otro gran problema.

Si el nivel del periodismo alcanza las más lamentables cotas vistas desde la Transición, es culpa suya. Todos, sin excepción, han prostituido la libre información, el periodismo entendido como verdad objetiva a cambio de algo (dinero). Lo han hecho regalando a través de Internet y aplicaciones de teléfonos móviles el contenido calcado de las versiones en papel. Columnas, noticias, artículos, editoriales, reportajes, entrevistas. Todo está en las aplicaciones y de manera mucho más cómoda, porque en ellas no hay enormes hojas que se separen ni tinta que manche el sofá. El mismo teléfono móvil, la misma pequeña pantalla, representa ahora una noticia sobre Grecia, esta noche un reportaje sobre las centrales nucleares y mañana un artículo de Javier Marías. No hace falta cambiar de teléfono ni añadir un menos a la cuenta de resultados de la tarjeta de crédito. El objetivo (como en toda empresa, y más en este capitalismo extremo que mercantiliza hasta la información) es mantener o aumentar los beneficios, con lo que la disminución de las compras minimiza el ingreso, y a menor ingreso corresponde menor gasto. Periodistas a la calle, becarios a puño, sueldos ínfimos, periodistas de aún menor nivel intelectual. El chiringuito se desmorona porque la información es pobre, quien la redacta es corto y quien la lee no paga. Y porque esa pobreza informativa es gratis, así que sus consecuencias son aún peores al convertirse su repercusión en ilimitada. El más vulnerable botarate puede leer y creer las falsedades vertidas en aplicaciones. Vertidas como lo que son: mierda.


Resumiendo: el sistema mercantiliza la información e impone su ley de la competencia egoísta a los medios de comunicación, llevándolos a regalar sus contenidos a cambio de ser más populares que el del edificio de en frente. Cuando el lector no paga, los medios se entregan a grandes concentraciones de capital para subsistir, cayendo bajo su dominio. Las mismas concentraciones, las mismas instituciones desalmadas y -al contrario de la imagen que proyectan- antidemócratas que conforman el propia sistema. La pescadilla que se muerde la cola otorga a la prensa libre la enfermedad de la mercantilización de la información y la precarización de empleos. Y, hecho eso, sólo hace falta rematarla. A poder ser, en el suelo e indefensa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario