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sábado, 20 de junio de 2015

Mandarinas

Agárrense que vienen curvas. Y 'spoilers', así que si no han visto la película titulada igual que este artículo, dejen de leer. Si Mandarinas fue nominada a los Óscars, a los Globos de Oro y a los Satellite Awards, no fue por casualidad. El mensaje de esta película estonia del año 2013 es tan claro y conciso como su minutaje -escasos 80 minutos-: no a la guerra. Pero indagando más en la idea que la película quiere transmitir, y desde mi modesto análisis del cine de autor (no soy yo ningún cinéfilo empedernido sino un simple espectador más), tiene muchos matices. Vayamos al grano.

Por encima del espíritu anti-bélico que Mandarinas transmite, cabe destacar el llamamiento a la racionalidad por encima de las pasiones patrióticas característicamente irracionales. La razón, así como la moderación y la mediación entre conflictos candentes quedan representadas en la figura de Ivo, estonio que vive en una casucha perdida en el campo georgiano. Es la suya una casa simple, sencilla, pero cuidada en su interior, acogedora y cálida. Pero, dentro de la simpleza, entre ella y el protagonista, Ivo, se entabla un paralelismo lleno de semejanzas: exterior superficial y descuidado (pelo tirando a largo, rostro arrugado, barba desaliñada) combinado con un interior gratificante, agradecido, cercano. Lo que entre nosotros llamaríamos una buena persona. Por encima de su personalidad más cordial destaca su capacidad para razonar abstrayéndose del conflicto que vive en primera persona, una cruenta guerra civil que termina por arrasar la casa de su único amigo y colaborador.

Lo paradójico del destino queda claramente representado en esta lenta pero profunda película. Llámenle film, si están a la moda. El hijo de Ivo fue asesinado combatiendo en la mencionada guerra civil por un georgiano y, de hecho, es el cadáver enterrado de su hijo el único vínculo que mantiene el protagonista con la tierra que se resiste a abandonar a pesar de la insistencia de sus amigos y familiares. Tras caer heridos un checheno y un georgiano frente a su casa, Ivo tiene el deber moral de recogerlos y ayudarles a curarse en su propia casa. Deber moral que, en todo caso, no hace sino elevar a lo inalcanzable su buena voluntad y su compromiso social. Tras morir asesinado el georgiano en la mejor escena de la película, cerca del final de la misma, queda enterrado junto al hijo de Ivo, cuyo nombre no se llega a conocer. Asesinado por un georgiano, yace muerto junto a un georgiano. Poco importan esos detalles que remarcan el absurdo de la existencia.

El mensaje que transmite Mandarinas es por encima de todo pesimista: a pesar de los intentos del entrañable protagonista, con quien el espectador enlaza un vínculo de respeto y admiración, la irracionalidad del patriotismo o la religiosidad exacerbada acaban sobreponiéndose a la razón como vía de apaciguamiento. La muerte del principal amigo del protagonista y el mencionado asesinato del georgiano que éste acoge son el resultado de un ataque de cuatro capullos chechenos que, para júbilo del espectador, acaban masacrados. Y ese es un matiz cuanto menos curioso: el llamamiento a la razón pierde importancia cuando es el mismo espectador quien se alegra al ver la muerte a tiros de cuatro personas. Tal es la importancia de los sentimientos y tal es el nivel al que la razón está supeditada a ellos.

El director, Zaza Urushadze. Es improbable que vuelvan a oír de él, pero su nombre es digno de ser apuntado. Como el de Lembit Ulfsak (Ivo) o Giorgi Nakashidze (el checheno). Si de alguna manera llega el mensaje de la película es a través del buen hacer de sus actores.

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