Por encima del espíritu anti-bélico que Mandarinas
transmite, cabe destacar el llamamiento a la racionalidad por encima de las
pasiones patrióticas característicamente irracionales. La razón, así como la
moderación y la mediación entre conflictos candentes quedan representadas en la
figura de Ivo, estonio que vive en una casucha perdida en el campo georgiano.
Es la suya una casa simple, sencilla, pero cuidada en su interior, acogedora y
cálida. Pero, dentro de la simpleza, entre ella y el protagonista, Ivo, se
entabla un paralelismo lleno de semejanzas: exterior superficial y descuidado
(pelo tirando a largo, rostro arrugado, barba desaliñada) combinado con un
interior gratificante, agradecido, cercano. Lo que entre nosotros llamaríamos
una buena persona. Por encima de su personalidad más cordial destaca su
capacidad para razonar abstrayéndose del conflicto que vive en primera persona,
una cruenta guerra civil que termina por arrasar la casa de su único amigo y
colaborador.
Lo paradójico del destino queda claramente representado en
esta lenta pero profunda película. Llámenle film, si están a la moda. El hijo
de Ivo fue asesinado combatiendo en la mencionada guerra civil por un georgiano
y, de hecho, es el cadáver enterrado de su hijo el único vínculo que mantiene
el protagonista con la tierra que se resiste a abandonar a pesar de la
insistencia de sus amigos y familiares. Tras caer heridos un checheno y un georgiano
frente a su casa, Ivo tiene el deber moral de recogerlos y ayudarles a curarse
en su propia casa. Deber moral que, en todo caso, no hace sino elevar a lo
inalcanzable su buena voluntad y su compromiso social. Tras morir asesinado el
georgiano en la mejor escena de la película, cerca del final de la misma, queda
enterrado junto al hijo de Ivo, cuyo nombre no se llega a conocer. Asesinado
por un georgiano, yace muerto junto a un georgiano. Poco importan esos detalles
que remarcan el absurdo de la existencia.
El mensaje que transmite Mandarinas es por encima de todo
pesimista: a pesar de los intentos del entrañable protagonista, con quien el
espectador enlaza un vínculo de respeto y admiración, la irracionalidad del
patriotismo o la religiosidad exacerbada acaban sobreponiéndose a la razón como
vía de apaciguamiento. La muerte del principal amigo del protagonista y el
mencionado asesinato del georgiano que éste acoge son el resultado de un ataque
de cuatro capullos chechenos que, para júbilo del espectador, acaban
masacrados. Y ese es un matiz cuanto menos curioso: el llamamiento a la razón
pierde importancia cuando es el mismo espectador quien se alegra al ver la
muerte a tiros de cuatro personas. Tal es la importancia de los sentimientos y
tal es el nivel al que la razón está supeditada a ellos.
El director, Zaza Urushadze. Es improbable que vuelvan a oír
de él, pero su nombre es digno de ser apuntado. Como el de Lembit Ulfsak (Ivo)
o Giorgi Nakashidze (el checheno). Si de alguna manera llega el mensaje de la
película es a través del buen hacer de sus actores.
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