La excusa más habitual, irrefutable y por tanto cojonuda, es
que el policía dispara cuando siente miedo "por su propia
integridad". La policía dispara a negros que huyen porque teme que se
giren, den cuatro volteretas, se saquen un arma del calcetín y les dispare.
Como en las películas. Lo suyo es echar
el freno y pensar por qué se da esta situación. La respuesta es tan fácil que a
los americanos, siempre tan obsesionados con inventar lo más complejo al entenderlo
como lo mejor, se les escapa. Qué vamos a decir de ese país que invirtió
millones en inventar un bolígrafo para el espacio - el Pilot- y contempló con
cara de idiota cómo los rusos, prácticos por encima de todo, se llevaron un
lápiz. Quizá, solo quizá, si el acceso a las armas no fuera tan fácil en EEUU,
si no bastara con tener dinero y cuatro clasecillas convertidas en
"licencia" para tener una pistola en el cajón, no sería necesario que
los cuerpos de seguridad atacaran para defenderse. Podrían simplemente amenazar
o en casos extremos golpear, pero no sería necesario matar porque el presunto
criminal no estaría armado.
Todo responde a una estrategia mucho mayor. Como señala
Michael Moore en su brillante documental "Fahrenheit 9/11", el miedo
hacia los negros, es decir, el racismo más vil, viene alimentado por los
medios, que los señalan como criminales despiadados y no como ciudadanos
honrados, a diferencia de los blancos, patriotas orgullosos de su país y
auténticos héroes nacionales. Semejante bombardeo de mentiras manipuladoras
lleva a cualquiera a sentir la necesidad de protegerse mediante la fuerza, y
para ello el Gobierno administra armas a diestro y siniestro. Una vez
garantizada la falsa sensación de protección, cualquier otro asunto parece intrascendente:
el egoísmo con los mendigos, increíblemente abundantes en tan próspero país, la
ausencia de colegios, universidades y hospitales sufragados con dinero público
y la política expansionista que con la CIA a los mandos busca dominar el mundo. Este imperialismo descarado se
suaviza para los patriotas que dicen estar orgullosos de una mierda de país de
conformistas en el que uno no puede ausentarse del trabajo ni justificando un
dolor de cabeza: no le pagarán el día.
Y, como los europeos nos dejamos comer el coco por
cualquiera que hable inglés, traemos hasta aquí su mierda de comida, sus
películas propagandísticas más propias de Goebbels que de Obama, su cultura sin
pasado que hace que olvidemos el nuestro, su capitalismo más extremo que pone a
las personas al servicio del capital y su consecuente religiosidad fervorizada
asombrosamente nihilista, sus costumbres más absurdas, su tecnología punta que
engaña, somete e hipnotiza a cualquier bobo y hasta su lenguaje, que se cuela
en la riqueza léxica del castellano para hacernos de menos. Solo hay un
consuelo posible: si cayeron los griegos, los romanos, los otomanos y un largo
etcétera de imperios poderosos, tranquilos, algún día caerán los yanquis.
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