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lunes, 6 de abril de 2015

La cultura del miedo

Basta leer los periódicos para observar con estupefacción que semanalmente muere alguien en Estados Unidos como consecuencia de uno o varios disparos por parte de la policía. Pero no "alguien" como una persona desconocida y lejana a nosotros, no: se trata siempre de un negro. A la policía yanqui, armada hasta las trancas como lo están los ciudadanos a los que "vigilan", se le disparan las pistolas como si tuvieran resortes cuando un negro se cruza por su camino, independientemente de que sea culpable, o no; de que quiera huir, o no.

La excusa más habitual, irrefutable y por tanto cojonuda, es que el policía dispara cuando siente miedo "por su propia integridad". La policía dispara a negros que huyen porque teme que se giren, den cuatro volteretas, se saquen un arma del calcetín y les dispare. Como en las películas.  Lo suyo es echar el freno y pensar por qué se da esta situación. La respuesta es tan fácil que a los americanos, siempre tan obsesionados con inventar lo más complejo al entenderlo como lo mejor, se les escapa. Qué vamos a decir de ese país que invirtió millones en inventar un bolígrafo para el espacio - el Pilot- y contempló con cara de idiota cómo los rusos, prácticos por encima de todo, se llevaron un lápiz. Quizá, solo quizá, si el acceso a las armas no fuera tan fácil en EEUU, si no bastara con tener dinero y cuatro clasecillas convertidas en "licencia" para tener una pistola en el cajón, no sería necesario que los cuerpos de seguridad atacaran para defenderse. Podrían simplemente amenazar o en casos extremos golpear, pero no sería necesario matar porque el presunto criminal no estaría armado.

Todo responde a una estrategia mucho mayor. Como señala Michael Moore en su brillante documental "Fahrenheit 9/11", el miedo hacia los negros, es decir, el racismo más vil, viene alimentado por los medios, que los señalan como criminales despiadados y no como ciudadanos honrados, a diferencia de los blancos, patriotas orgullosos de su país y auténticos héroes nacionales. Semejante bombardeo de mentiras manipuladoras lleva a cualquiera a sentir la necesidad de protegerse mediante la fuerza, y para ello el Gobierno administra armas a diestro y siniestro. Una vez garantizada la falsa sensación de protección, cualquier otro asunto parece intrascendente: el egoísmo con los mendigos, increíblemente abundantes en tan próspero país, la ausencia de colegios, universidades y hospitales sufragados con dinero público y la política expansionista que con la CIA a los mandos busca dominar el mundo. Este imperialismo descarado se suaviza para los patriotas que dicen estar orgullosos de una mierda de país de conformistas en el que uno no puede ausentarse del trabajo ni justificando un dolor de cabeza: no le pagarán el día.

Y, como los europeos nos dejamos comer el coco por cualquiera que hable inglés, traemos hasta aquí su mierda de comida, sus películas propagandísticas más propias de Goebbels que de Obama, su cultura sin pasado que hace que olvidemos el nuestro, su capitalismo más extremo que pone a las personas al servicio del capital y su consecuente religiosidad fervorizada asombrosamente nihilista, sus costumbres más absurdas, su tecnología punta que engaña, somete e hipnotiza a cualquier bobo y hasta su lenguaje, que se cuela en la riqueza léxica del castellano para hacernos de menos. Solo hay un consuelo posible: si cayeron los griegos, los romanos, los otomanos y un largo etcétera de imperios poderosos, tranquilos, algún día caerán los yanquis.

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