Un claro ejemplo es Ciudadanos, el partido de Albert Rivera,
barcelonés del 79 con buena imagen y un gran equipo de asesores de comunicación.
Hace unos días, afirmó estar siendo financiado por empresas cuyo nombre no
destapó, pero que se presuponen del IBEX 35. Es decir, que las empresas más
importantes del país, a sabiendas de que apoyar a los dos grandes es ya un
esfuerzo económico en vano, buscan nuevas y -esto es esencial- renovadas
imágenes que consigan muchos votos y que se conviertan en imprescindibles para
hacer España gobernable. O lo que es lo mismo, consideran a los votantes
españoles suficientemente tontos como para elegir a un partido que cambie la
superficie de los problemas pero no altere la base de los mismos: el sistema
económico sobre el que nos sostenemos, que no hace sino fortalecer a los ricos,
es decir, a esas grandes empresas, y estrujar a los pobres. Con las inyecciones
económicas con cierto carácter de lobby, el presupuesto de C's es el segundo
más grande para las Elecciones Generales de (presumiblemente) Noviembre de este
año, por delante del PSOE y siguiendo al PP -no se puede competir contra los
que no sólo son financiados sino que además no tributan por ello-. Es obvio que
el partido catalán, de llegar al poder, quedará subordinado a las exigencias de
las empresas que les están financiando, que necesitan presencia en los órganos
de Gobierno y que, de no tenerla, amenazan con marchar a otros países y dejar a
España sin la suma de dinero que necesariamente generan, tanto indirectamente
en forma de empleo como de manera directa mediante los impuestos. El problema
es que nadie ha votado a la dirección de estas empresas. Cualquier
participación en el máximo poder que puedan llegar a tener adquiere un evidente
matiz dictatorial, claramente antidemocrático e indudablemente opuesto a los
intereses de la mayoría. Por eso mismo es anticonstitucional, ya que la Constitución
del 78 afirma en el artículo 128 que "toda la riqueza del país en sus
distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés
general".
Históricamente ha habido casos de partidos nuevos que han
impulsado reformas superficiales con las que la ciudadanía se ha dado por
satisfecha. El caso más reciente es la Transición, que se resume tal que así:
se muere el dictador, toma el relevo alguien que no está dispuesto a ser votado
(Juan Carlos) y se comienza el paso "de ley a ley", franquista a
liberal, evitando las posiciones rupturistas que la oposición no fue firme en
defender y que nos habrían ahorrado la vigencia, aún en la actualidad, de leyes
absurdas de origen e ideología fascista, totalitaria, católica y retrógrada.
También la gestión de Antonio Maura, primer ministro entre 1907 y 1909,
presenta semejanzas con Ciudadanos: impulsó lo que él llamaría una
"revolución desde arriba", con el objetivo de que su inicio no fuera provocado
por las clases populares. Se apoyó en la clase media-alta, tratando de cambiar
lo justo y necesario para que nada cambiara. A su época de gobierno, de hecho,
se le llama "reformismo frustrado". Así, donde Maura luchó contra el
caciquismo; Rivera luchará contra los desahucios; donde el balear impulsó
autonomías, el catalán fomentará la actividad industrial y el desarrollo
turístico. Pero, aun siendo todas ellas medidas que conllevan un progreso, son
insuficientes y muy ajenas al verdadero problema: la ya mencionada
participación en política de empresas y empresarios que nadie elige y su
influencia en las decisiones verdaderamente trascendentales.
La renovación política en España evidencia un cambio de
mentalidad. Los casos de corrupción, la privatización de bienes públicos
necesarios y, más en general, la pésima gestión que Zapatero (el mismísimo
Diablo para la derecha) hizo en su momento y que Rajoy sigue haciendo hoy, han
convencido a los españoles de que descuidarse de la política implica que la
calidad de vida decaiga, que la política sea utilizada con fines lucrativos y
que cualquier signo de altruismo y buena voluntad desaparezca. Si queremos que
esto cambie tendremos que buscar una solución en las urnas, pero, por lo ya
expuesto, Ciudadanos está muy lejos de representar el cambio necesario.
No comulgo todo lo que me gustaría con los partidos realmente independientes -y relevantes- que existen hoy en día, pero me apena que en la derecha no haya realmente ningún partido independiente.
ResponderEliminarBuen artículo, un saludo.
Interesante postura de pensamiento nostálgico de una derecha autónoma, más ética, más humana. La actual está lejos de serlo.
ResponderEliminarMuchas gracias, saludos.