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viernes, 12 de junio de 2015

Las lecturas de la Botella

Ay amigo. Que sobre los politicuchos que manejan Españistán como les sale de los mismísimos se ha escrito ya mucho, pero es inevitable llamar la atención sobre una de sus más recientes hazañas. Una más para sumar a la lista de ridículos registrados por los de la vocación pública fingida y frustrada. Ya ni sorprende.

Nuestra víctima de hoy será la mismísima alcaldesa en funciones de Madrid, la única e inigualable, la que gobernó una ciudad a pesar de su nula aptitud y total discapacidad psíquica y gnoseológica: Ana Botella. Sí, la esposa del bigotes que creó la burbuja inmobiliaria. La mujer de Aznar, el expatriado corrupto que, para su suerte, aún no ha sido investigado. O bueno, quizás lo haya sido pero sus sobornos hayan podido con un juez corruptible. Quién sabe. A estas alturas estarán intrigados por conocer ese espantoso ridículo de la Botella, que, además, no es el primero -ni el último, a buen seguro-. La tía apareció hace unos días en el Convento de las Trinitarias, ya saben, donde les ha dado por molestar a las apacibles monjitas durante los últimos meses para, azada en mano, buscar los restos del mejor escritor de la Historia de España, Miguel de Cervantes. Encontraron su tumba, o la que se sospecha que pudo ser su tumba, marcada con las iniciales MC, dieron por hecho que era él, hicieron las maletas y se lo llevaron. En el laboratorio, evidentemente, ninguna ciencia pudo comprobar que los restos pertenecían al autor de El Quijote (en este punto no hace falta que matice que sigo hablando de Cervantes, ¿no?). Pero bueno, y la ciencia qué más da, si las iniciales corresponden a las del hombre al que buscamos, pues oye, seguimos para delante.

Estamos, entonces, en el Convento de las Trinitarias. La situación es kafkiana: se sobrepone sobre el lugar en que teóricamente está enterrado don Cervantes una placa que se encuentra tapada por una bandera de España. Ya saben, para la inauguración. Hay por ahí todo tipo de personalidades de la alcaldía de Madrid, entre ellas, por supuesto, la aún alcaldesa; también hay, por algún motivo, unos tíos vestidos de militares, portando todas las rojigualdas que habían encontrado en el chino de la esquina y un gorrito de lo más chick. Empieza el tema, así que los militares se dirigen, con paso firme y consolidado, mirada al frente, rostro serio y gesto de responsable orgullo, hacia la placa bajo la cual yace Manuel Casado, o Miguel Corona, o Maximiliano Cardoso, algún pobre hombre que jamás habría sospechado ser perturbado de la tranquilidad de la inexistencia cuando fue enterrado hacia más de cuatro siglos. Algún pobre señor que unos idiotas han removido para aparentar sacrificio por la cultura. A estas alturas de la película. Los militares se detienen y Botella mueve con elegancia la bandera española que recubría la placa. Qué grandilocuencia, clap, clap, clap. Aplausos para la alcaldesa, la Grande de España, qué guapa estás y súbeme el sueldo, que con esto no me da para el mantenimiento del yate. Así, de repente, por sorpresa, empieza el discurso, y con él lo mejor de la mañana. La charla de la Botella está plagada de elogios al que (el asesor que elabora los textos) considera un escritor magnífico, un hombre que merece ser recordado hasta la posteridad. Botella elogiando a Cervantes es, como poco, para que el hombre (él o Maximiliano Cardoso, quien sea) se incorpore, agarre un objeto punzante y se lo arroje a la cabeza. Botella, la más lamentable gestora de lo público que ha visto Madrid y toda España en los últimos años. La del café con leche en Plaza Mayor. La que no ha leído un libro en su vida, tardó por lo menos treinta años en oír hablar de Cervontes (se escribe así, ¿no?) y dedica sus ratos libres, a buen seguro, a ver el Sálvame. Y viene aquí la tía, muy orgullosa ella, rodeada de corbatas y vestidos elegantes, a darnos una clase de Literatura, a explicarnos el bien que ha hecho Miguel a España y a la literatura en general. Junto al nombre del escritor del Siglo de Oro hay una cita de su libro "Los trabajos de Persiles y Segismunda". Qué paradoja que tal cita esté justo tras Ana Botella, que ni ha trabajado nunca ni conocía ese libro antes de ese día. Dice que si está allí es para honrar los restos de alguien que lo merece, pero su sola presencia es toda una deshonra. Lecciones las justas si vienen de la incultura y la incompetencia personificadas. Váyase señora Botella, váyase. A su lujosa casa con su prestigioso marido. O al carajo.

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