Ante esa fuerte y sonora protesta a un símbolo nacional,
como puede ser ese himno sin letra que penosamente tararean o silban quienes sí
lo profesan, la libertad de expresión, esa palabra con la que se nos llena la
boca cada vez que se cometen injusticias con, por ejemplo, periodistas (Charlie
Hebdo), desparece del panorama. Las faltas de respeto se convierten o se
quieren convertir en punibles por ley. Quien defiende semejante atrocidad más
propia del siglo XVIII que del nuestro olvida que expresarnos libremente es un
derecho elemental independiente de aquello que expresemos; si yo, desde aquí,
dijera que estos personajes son gilipollas y unos verdaderos imbéciles, les
estaría faltando al respeto, qué duda cabe, pero no por ello podrían llevarme a
juicio y meterme en la cárcel. Y si irrespetuosamente afirmo -como ya lo he
hecho muchas veces- que España es una mierda de país sin solución y que una
ardilla podría recorrerla de gilipollas en gilipollas -esto es cosecha
revertiana-, quizás les moleste, pero tendrán que indignarse, pensar para sus
adentros que gilipollas será quien firma -servidor- y seguirán cenando,
durmiendo y levantándose igual que antes. Porque en eso se basa el Estado de
Derecho, y si no gusta, la frontera con Francia está relativamente cerca, pero
no seré yo quien tenga que emigrar por pedir derechos.
El patriotismo español reinante en la actualidad es muy
cuestionable por estar basado en ideas de las que difícilmente se puede sentir
orgullo. Es evidente la influencia directa de la sociedad americana, empeñada
en esa arrogancia nacionalista servil con los poderes establecidos que
adiestran a la descendencia para alargar una generación más la farsa que
representa ese país. Estar orgulloso de España es como estar orgulloso del
pijama que te has comprado o del café que te han servido esta mañana: un
sinsentido. No tiene lógica alguna demostrar altanería por un país de pandereta
que hace las veces de circo del que toda Europa se ríe desde el siglo XVII, por
una tierra de vagos pasivos que se conforman ante lo que ven por mucho que no
les guste, por una generación de jóvenes que pasa más tiempo peinándose el tupé
que leyendo libros. Si por algo se puede ser altivo en España es por el Siglo
de Oro de la Literatura, el brillante Quijote de Cervantes, Lope de Vega, Tirso
de Molina, la Generación del 98, que alumbraba el camino de una manera
comprensiblemente pesimista, rodeada de gente superflua y enamorada de las banalidades,
etc. Resulta lamentable leer "arribas" y "vivas" de ignorantes
que no conocen la historia de su propio país, que no la han estudiado porque no
les ha interesado, y que por tanto promulgan estos gritos siguiendo la estela
de la ideología que sus padres les han inculcado. Que nadie afirme
enorgullecerse de ser español si ignora que la primera parte del Quijote se
publicó en 1605, porque la cultura es lo máximo a lo que podemos aspirar, y en
España, gracias a la amplia y rica lengua que manejamos, tan rica que nadie
nunca la dominará al cien por cien, gozamos de ella. Sólo hay que ponerle
interés.
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