Madrid es vivo ejemplo de lo que digo. Bajo la tutela de
Esperanza Aguirre, selectos cargos del PP han desviado a sus cuentas fondos
públicos, han permitido subvenciones "desinteresadas" de empresas
para posteriormente adjudicarles obras y han echado pachangas de golf y caza a
expensas de colectivos empresariales o individuos con nombre y apellidos que
buscaban amistades en el momento y negocios de futuro. La propia Esperanza
había elegido a dedo -como toda elección del PP, que en sus filas abarca desde
la derecha moderada hasta el conservadurismo más cerril- a muchos de estos
golfos con falsa vocación pública, que tardaron poco en gastar en putas,
alcohol y drogas -aunque parezca mentira- la fortuna que iban acumulando
ilícitamente. Distintos nombres son Francisco Granados, Juan J. Güemes, Alberto
López Viejo, Benjamín Martín Vasco, Carlos Clemente Aguado, Alfonso Bosch, José
Ignacio Fernández Rubio, Jesús Gómez Ruiz, Manuel Lamela... Todos ellos han
sido imputados por diversos delitos de corrupción, entre los que abundan el
tráfico de influencias y la desviación de fondos públicos. Habría que añadir a
Ignacio González, número dos de Aguirre, que aún está siendo investigado por la
Justicia. Parece llamativo que haya tantos casos de corrupción bajo la tutela
de esta señora y que hayan pasado desapercibidos delante de sus narices. Sólo
hay dos opciones posibles: o es una corrupta o es tonta del bote. Y, viendo
cómo ha utilizado la frescura de su discurso y la naturalidad de su imagen para
enriquecerse a costa de la política (menos mal que, según afirma, todavía no se
ha dedicado a ella profesionalmente), es difícil creer que sea estúpida. Más
bien todo lo contrario: una choriza indecente.
Hay muchos más motivos para explicar el tortazo del pasado
domingo en las elecciones a la alcaldía de Madrid. A pesar de la tendencia a la
derecha de la capital, es obvio que no sólo Aguirre sino todo el PP está
salpicado por los numerosos delitos que en su nombre han cometido
personalidades de todo tipo. Además, Esperanza se postuló tarde como candidata
a la alcaldía, y lo hizo después de anunciar su retirada de la política, para
salvar a su partido del declive que se veía venir. En actitud chulesca, no
presentó ningún programa electoral, pensando que el facherío madrileño la
votaría por su cara bonita, y confirmó esa chulería en debates y declaraciones
posteriores, en las que tachaba a sus oponentes de "coalición de
perdedores".
Como parecía lógico tras la campaña electoral, digna de un
esperpento valleinclanesco o de un drama shakesperiano, el varapalo en las
urnas ha sido grotesco y la respuesta al mismo rocambolesca. El miedo se ha
apoderado de la derecha, que ha procedido a atacar a Ahora Madrid -marca blanca
de Podemos- con el objetivo de, mediante una campaña del miedo que aún no ha
entendido que no funcionará, frenar su avance. Al grito de "¡Qué vienen
los comunistas!", los carcas sexagenarios como la susodicha y los pijos de
banderita de España en el cinturón han montado las trincheras y han disparado
desde ahí sus armas, escondidos tras el anonimato de Twitter o el amparo del
sistema que hace a los políticos -y a los que mandan en la actualidad más
todavía- inalcanzables. El ridículo es de proporciones inverosímiles: la loca
de la Espe ha llamado a filas a PSOE y Ciudadanos, porque son, junto con su
partido, las únicas tres opciones que ella juzga demócratas -y lo que diga ésta
va a misa-, afirmando incluso que la alcaldía de Ahora Madrid sería "un
trampolín para el gobierno de Pablo Iglesias" (alias El Coletas) y representaría "las últimas elecciones
democráticas de este país", así como "la caída del sistema occidental
tal y como lo conocemos". Vaya mierda de sistema occidental han montado
ustedes, señora, si se cae con una alcaldía y con un profesor universitario
cuyo mayor delito es llevar coleta y pinta desaliñada. La Española define
paranoia como "perturbación mental fijada en una idea o en un orden de
ideas". Nada más que añadir, su señoría. Los locos al loquero. Habrá que
buscar un buen psiquiatra.
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