Desde 1936, el 18
de Julio es fecha de fatídico aniversario. Ese día, ese año, se sublevó un tal
Francisco Franco, un pequeño acomplejado que se creía quién para dictar su
voluntad y transformar la ley de forma que asegurase absoluto cumplimiento de
sus caprichos. Franco murió en la cama en 1975, en lugar de ser brutalmente
fusilado como habría correspondido a cualquier país cuyas gentes tuvieran dos
dedos de frente. A su muerte, miles de personas se juntaron frente a la
residencia oficial del dictador, mostrando su apoyo a la recién terminada
dictadura y su disposición a lo que llamaron un “franquismo sin Franco”. Por
suerte, el sucesor que él mismo había nombrado se decantó por la monarquía
parlamentaria que defendiera la soberanía popular mediante sufragio universal,
pero también se perdió así una valiosa oportunidad para pasar a cuchillo a los
miles de hijos de puta que toleraban y apoyaban los fusilamientos de presos
políticos, la opresión, la centralización cultural y social, la ausencia de libertad
religiosa mediante la inclusión de una Iglesia muy lameculos en los papeles del
Estado, etc. Y esos miles de imbéciles capaces de sentirse más cómodos con
imposición que con votación siguen entre nosotros, camuflados como falsos
demócratas que esbozan una sonrisa cuando la izquierda demanda abrir fosas y
hallar cadáveres de quienes en la década de los 30 apoyaron la II República.
Siguen ellos o sus vulnerables descendientes, que creyeron las gilipolleces que
decía el abuelo.
La superación del
franquismo aún está por llegar. Todavía no ha tenido lugar. Y es que España es
el eterno retorno, la hipotética superación de conflictos que se olvida al
surgir uno nuevo. Ni siquiera las guerras carlistas, provocadas por un payaso
de feria como fue Fernando VII mediante la derogación de la Ley Sálica, estaban
superadas cuando terminó el siglo XIX. Ni el desastre colonial del 98 había quedado
resuelto cuando Franco se hartó de los rojos y pasó la navaja a cuellos
republicanos. Y la consecuencia de todo esto es una acumulación del rencor, una
continua terminología beligerante, un aún presente aire guerracivilista que se
impone sobre la libertad de pensamiento y que, siguiendo la tradición, algún
día explotará en nuestras narices para terminar de una vez con un Estado formado
por la escoria de Europa. Explotará un general zumbado con mucho ego, un
comunista resentido apoyado desde el ostracismo por la izquierda radical, un
anarquista al que el capitalismo le haya hecho llegar un fusil, dos pistolas y tres
bazucas.
Alguien explotará
si en los colegios no se enseña que el pasado de España es el de un país
glorioso venido a menos como consecuencia de la inaptitud de sus reyes, del
revanchismo de sus gentes, de la religiosidad exacerbada de sus poderosos curas
y sacerdotes. Los niños deben conocer lo gilipollas que fue Fernando VII, el
modo en que sembró la división entre liberales y conservadores y cómo, a su
vez, generó el pretexto que les serviría como excusa para darse de hostias
durante todo un siglo. Deben recibir educación histórica, porque la historia sí
es opinable. Enterarse de que la II República fue un fiasco por la sinrazón de
sus principales impulsores, por medidas irreales que debieron ser proyectadas a
largo plazo. Empaparse también de que el general Franco y sus misteriosamente
fallecidos aliados –Mola o Sanjurjo entre ellos- debieron morir como dos siglos
y medio atrás lo habían hecho los déspotas franceses: en la guillotina, ante el
júbilo de un pueblo liberado de la semiesclavitud, o ahorcados y colgados en la
plaza del pueblo, como Mussolini y su mujer yacieron durante semanas boca abajo
en una gasolinera. En España faltaron huevos para eso, y así nos luce el pelo.
Ya es tarde. Lo nuevo es la educación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario