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miércoles, 22 de abril de 2015

Revolución e Ilustración (III)

Hemos puesto en el poder a personas que en ningún caso se habían formado para ello. Nuestro presidente y su séquito de ministros son artistas, pensadores, matemáticos o físicos. Idealmente, claro está; si realmente lleváramos a la práctica semejante transformación, seguiría habiendo abogados o ingenieros, cuya presencia es el menor de nuestros problemas. En la puerta del Congreso de los Diputados nuestros apoderados discuten sobre temas de su gusto: realismo en la pintura de Courbet o impresionismo de Monet entre los pintores, empirismo lockeano o racionalismo cartesiano entre los filósofos y darwinismo o creacionismo entre los científicos -siempre los habrá sin sentido común, lamentablemente-. No habremos conseguido nada si la renovación no es total: las decenas o cientos de asesores de los predecesores deberán marchar o ser forzados a salir. El sistema es amplio y quienes entran en él fácilmente manipulables. Es aquí donde entran en juego las listas abiertas, gracias a las cuales un pueblo español medianamente listo sacará del juego político a los que han robado, estafado o engañado indiscriminadamente.

Con la renovación que hemos llevado a cabo han desaparecido los oportunistas que hacen política sin vocación, para sobrevivir, pero no hemos hecho más que empezar. Planteado que el objetivo de cada persona es la felicidad, por extensión, el de una sociedad es permitir que todos sus miembros tengan la posibilidad de ser felices. Para ser feliz, una persona necesita saber; la curiosidad es la mejor prueba a la que puedo remitir: satisfacer la curiosidad es, valga la redundancia, una satisfacción. Para ilustrar al pueblo hay varios pasos sencillos: partiendo de la supresión del IVA cultural, detalle importante, es preciso analizar y modificar la totalidad del sistema educativo. Las asignaturas que "distraen", como las califica el actual ministro de Educación y Cultura, de cuyo nombre no quiero acordarme, es decir, filosofía, arte y todas aquellas que fomentan la creatividad y el libre pensamiento tendrán un papel esencial, premiándose en ellas la capacidad de innovar. En los temarios más arduos pero especialmente imprescindibles se fomentará interpretar la información y no aprenderla de memoria para recitarla como si a loros educáramos. Se formará, en definitiva, a personas, por encima de simples profesionales. Los pormenores de este sistema no nos atañen en este preciso instante. Es tan complejo elaborarlo que se extendería a lo largo de un ensayo -hay muchos publicados al respecto, como Emilio, o de la educación de Rousseau.

El cambio desde arriba es utópico con el sistema actual. La principal barrera está precisamente en lo que queremos destruir: la ignorancia del pueblo. La falta de independencia de pensamiento, la minoría de edad de la que Kant tanto habló, la heteronimia que transforma a las personas en máquinas las hace pusilánimes, débiles, temerosas y por tanto conservadoras. El miedo de la sociedad al cambio, al progreso, a un futuro no fijo; al contrario, móvil y desconocido es producto de la manipulación. Aunque avanzar hacia algo borroso en un principio puede parecer atrevido y arriesgado, no lo es si se trata de progreso, porque nunca puede ser una barrera, no puede hacer daño, será positivo siempre que implique conocimiento. Son quienes llevan el timón los que mienten al pueblo para que, asustado por las luces, el conocimiento y el avance intelectual los rechace y mantenga en la cabina de mando a los que llegaron para no irse. Tan solo el intelecto de los más preparados como personas, y no como simples profesionales, por buenos que sean, podrá guiarnos para salir del agujero negro en el que nos encontramos, el agujero de la ignorancia de la mayoría para el enriquecimiento de la minoría, eso que algunos llaman capitalismo y que, cuando la gran parte de la población sea en su medida sabia, colapsará. Con tal proceso de Ilustración habremos alcanzado el fin que la Revolución propone, pero habremos evitado en el camino miles de muertes. Atreverse a impulsar el cambio pacífico a través de la cultura y la concienciación del pueblo es improbable; no imposible.

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