Blog de opinión sobre actualidad social y política.

viernes, 29 de mayo de 2015

El loquero de Espe

Es tradición histórica que los pueblos se indignen ante situaciones complicadas de la política y traten de cambiarlas. Pero cuando realmente se inician las revueltas más importantes es cuando falta el pan en casa. Así fue, por ejemplo, en la Revolución Francesa de 1789, o en las Revoluciones de 1868 en España, cuando escasas cosechas afectadas por el liviano desarrollo de las técnicas agrarias y por las inclemencias de la meteorología no fueron suficientes para dar de comer a tantos como lo requerían. Hoy, la caridad trabaja a destajo para evitar que esto pase, pero, ante la situación de precariedad que vivimos en España -uno de cada tres españoles está en riesgo de pobreza, es decir, puede ser pobre mañana-, y ante la existencia de trabajadores que, a pesar de tener un empleo, no llegan a fin de mes, arroz y alubias gratis no son suficientes para atemperar la furia colectiva. Porque, entre otras cosas, hay más problemas que el comer.

Madrid es vivo ejemplo de lo que digo. Bajo la tutela de Esperanza Aguirre, selectos cargos del PP han desviado a sus cuentas fondos públicos, han permitido subvenciones "desinteresadas" de empresas para posteriormente adjudicarles obras y han echado pachangas de golf y caza a expensas de colectivos empresariales o individuos con nombre y apellidos que buscaban amistades en el momento y negocios de futuro. La propia Esperanza había elegido a dedo -como toda elección del PP, que en sus filas abarca desde la derecha moderada hasta el conservadurismo más cerril- a muchos de estos golfos con falsa vocación pública, que tardaron poco en gastar en putas, alcohol y drogas -aunque parezca mentira- la fortuna que iban acumulando ilícitamente. Distintos nombres son Francisco Granados, Juan J. Güemes, Alberto López Viejo, Benjamín Martín Vasco, Carlos Clemente Aguado, Alfonso Bosch, José Ignacio Fernández Rubio, Jesús Gómez Ruiz, Manuel Lamela... Todos ellos han sido imputados por diversos delitos de corrupción, entre los que abundan el tráfico de influencias y la desviación de fondos públicos. Habría que añadir a Ignacio González, número dos de Aguirre, que aún está siendo investigado por la Justicia. Parece llamativo que haya tantos casos de corrupción bajo la tutela de esta señora y que hayan pasado desapercibidos delante de sus narices. Sólo hay dos opciones posibles: o es una corrupta o es tonta del bote. Y, viendo cómo ha utilizado la frescura de su discurso y la naturalidad de su imagen para enriquecerse a costa de la política (menos mal que, según afirma, todavía no se ha dedicado a ella profesionalmente), es difícil creer que sea estúpida. Más bien todo lo contrario: una choriza indecente.

Hay muchos más motivos para explicar el tortazo del pasado domingo en las elecciones a la alcaldía de Madrid. A pesar de la tendencia a la derecha de la capital, es obvio que no sólo Aguirre sino todo el PP está salpicado por los numerosos delitos que en su nombre han cometido personalidades de todo tipo. Además, Esperanza se postuló tarde como candidata a la alcaldía, y lo hizo después de anunciar su retirada de la política, para salvar a su partido del declive que se veía venir. En actitud chulesca, no presentó ningún programa electoral, pensando que el facherío madrileño la votaría por su cara bonita, y confirmó esa chulería en debates y declaraciones posteriores, en las que tachaba a sus oponentes de "coalición de perdedores".

Como parecía lógico tras la campaña electoral, digna de un esperpento valleinclanesco o de un drama shakesperiano, el varapalo en las urnas ha sido grotesco y la respuesta al mismo rocambolesca. El miedo se ha apoderado de la derecha, que ha procedido a atacar a Ahora Madrid -marca blanca de Podemos- con el objetivo de, mediante una campaña del miedo que aún no ha entendido que no funcionará, frenar su avance. Al grito de "¡Qué vienen los comunistas!", los carcas sexagenarios como la susodicha y los pijos de banderita de España en el cinturón han montado las trincheras y han disparado desde ahí sus armas, escondidos tras el anonimato de Twitter o el amparo del sistema que hace a los políticos -y a los que mandan en la actualidad más todavía- inalcanzables. El ridículo es de proporciones inverosímiles: la loca de la Espe ha llamado a filas a PSOE y Ciudadanos, porque son, junto con su partido, las únicas tres opciones que ella juzga demócratas -y lo que diga ésta va a misa-, afirmando incluso que la alcaldía de Ahora Madrid sería "un trampolín para el gobierno de Pablo Iglesias" (alias El Coletas) y representaría "las últimas elecciones democráticas de este país", así como "la caída del sistema occidental tal y como lo conocemos". Vaya mierda de sistema occidental han montado ustedes, señora, si se cae con una alcaldía y con un profesor universitario cuyo mayor delito es llevar coleta y pinta desaliñada. La Española define paranoia como "perturbación mental fijada en una idea o en un orden de ideas". Nada más que añadir, su señoría. Los locos al loquero. Habrá que buscar un buen psiquiatra.

sábado, 23 de mayo de 2015

Sembrar una patata

En España nos gusta mucho descuidar nuestra Historia, tanto la gloriosa como la patética, así que os refrescaré la oxidada memoria. El último Austria fue Carlos II, al que llamaban El Hechicero porque, con esto de follar entre padres, hijos, primos y hermanos, les acabó saliendo el tiro por la culata y Mariana de Austria parió en 1661 a un pánfilo con problemas físicos que no pocas veces le obligaron a parar la locura de su reinado. También tuvo los problemas mentales característicos de cualquier Rey de España de la época: la ignorancia, la tontuna y la memez digna de un don nadie al que tan sólo el prestigioso apellido, las estiradas hombreras y la empolvada peluca sostenían. Fruto de su pésima gestión se frenó el desarrollo urbano del Madrid de los Austrias que tanto admiramos hoy. A su muerte, se lió parda. Los franceses reclamaban el trono borbónico -así lo había estipulado el monarca en su testamento, pero como ya estaba muerto a todo el mundo se la traía al fresco-, y la casa de los Habsburgo, lógicamente, reclamaba lo que hasta entonces le había pertenecido y nadie debía cambiar. Pero cambió, y vaya que si cambió, porque Felipe V, Borbón de pura cepa -era nieto del Rey francés Luis XIV- llegó al poder y se consolidó tiempo después, al término de la Guerra de Sucesión, con el Tratado de Utrecht de 1713, ese por el cual Gibraltar pasó a tomar té por las tardes entre zarzuela y zarzuela. Con la estabilización en el trono de Felipe V llegaron los problemas: se empezó a acusar la lamentable gestión del tonto de su predecesor, que había provocado, por ejemplo, un hacinamiento en las ciudades que nadie desde la Casa Real trató de frenar o equilibrar. En determinadas ciudades escasearon los alimentos por el descenso de productores y el mantenimiento del número de consumidores. Fue un proceso parecido al de la Edad Media, en los siglos XII y XIII especialmente, cuando lo que actualmente es España vivió un hacinamiento progresivo. Entonces, al crecimiento de las ciudades acompañó el surgimiento paulatino de una nueva clase social, la burguesía, la organización en gremios y el desarrollo artesanal en detrimento del agrario. Años más tarde, éste sería el origen de la industria, que tendría como polos de desarrollo esas ciudades, cuyo auge económico -se entendía- conllevaría un crecimiento análogo en los territorios circundantes. En aquellos años, la acumulación de urbanitas era más puñetera que en la actualidad, porque de plagas, enfermedades, muerte y destrucción iba la cosa.

La actualidad es un hacinamiento lleno de matices. En primer lugar, porque los peligros inherentes a hacinamientos occidentales son a largo plazo, en materias como el mantenimiento responsable del planeta o el bienestar de los animalicos, que a menudo nos preocupan más que las personas. Pero este fenómeno tiene consecuencias desastrosas en otros lugares del mundo, quizá demasiado remotos para nuestra cómoda estabilidad. En la India, como todos sabemos, las chabolas o "slums" (tal es el término que las define en inglés) están infestadas de pobres sin pan que llevarse a la boca, agua con la que mojar los labios, ropa con la que tapar algo más que la entrepierna. Las condiciones de vida en gran parte de Asia -esa que aparece en las etiquetas de las grandes marcas de ropa- son tercermundistas y, lo que es peor, más propias de la Edad Media que de nuestra era contemporánea, avanzada, progresista y en vertiginoso crecimiento. Y en segundo lugar, porque hacinar equivale a juntar en un espacio muy pequeño, o al menos menor del que sería necesario, frecuentemente insalubre. Y sin embargo, lo que vemos en nuestro moderno siglo XXI es una migración a las capitales que desemboca en el desarrollo de las urbes, a menudo incontrolado y medioambientalmente dañino, aunque esto, como digo, tiene menor importancia.

En cualquier caso, y ciñéndonos a España, más allá de que el hacinamiento constante que vivimos no represente ningún problema grave para la salud como hiciera en el medievo, sigue generándonos pegas irresolubles. El principal problema se encuentra en el alimento de origen campero, el que -dice la teoría- debería ser el más sano. Fruto de las constantes migraciones a núcleos poblacionales, hay menos campesinos plantando espárragos, y de ello se aprovechan las grandes multinacionales para sacar tajada, una vez más, de una situación que no debería depender de oportunas disquisiciones de propietarios privados a escala mundial. Acabamos consumiendo comida más agradable a la vista, al olfato o incluso al gusto, pero infestada de productos químicos gracias a los cuales ha adquirido esas virtudes y que, por otro lado, sientan peor a nuestro estómago y a nuestro organismo en general (los transgénicos, meras manipulaciones de la naturaleza que podríamos considerar producto directo de la actitud chulesca del humano, que le reafirma en su supremacía). Así, los plátanos son más amarillos y los tomates más rojos. En este aspecto, como en tantos otros, volvemos a ser un rebaño que sigue las directrices de sus pastores y que carece de suficiente razón crítica y sentido común para tomar sus propias decisiones. Nos dejamos llevar por esos pastores que, vendiéndonos parusía propagandística, nos llevan a las ciudades a cumplir ese gran sueño que es trabajar catorce horas al día en una oficina moderna con sofás y futbolines, despreciando la hierba, los árboles, el verde de los bosques y el azul de los mares. Nos centramos, en definitiva, en encender el ordenador y olvidamos lo más importante: pescar una merluza o sembrar una patata. Ya es hora de despertar, coger aire, dejar la ciudad y volver al campo.

sábado, 16 de mayo de 2015

Dictadura democrática

Al fin, los partidos políticos que han dominado desde 1975, esto es, Partido Popular (antes Alianza Popular) y Partido Socialista Obrero Español, se han dado cuenta de que los españoles estamos hartos. Han comprendido que los votantes están cansados de sus mentiras electorales, su excesiva profesionalización de la política, su recurrente uso de eufemismos, su manipulación de medios de comunicación, su constante intervención en el corrupto sistema de justicia, etcétera. Ante una situación políticamente convulsa, nuevas fuerzas irrumpen para tomar el poder y aplicar sus políticas "reformistas".

Un claro ejemplo es Ciudadanos, el partido de Albert Rivera, barcelonés del 79 con buena imagen y un gran equipo de asesores de comunicación. Hace unos días, afirmó estar siendo financiado por empresas cuyo nombre no destapó, pero que se presuponen del IBEX 35. Es decir, que las empresas más importantes del país, a sabiendas de que apoyar a los dos grandes es ya un esfuerzo económico en vano, buscan nuevas y -esto es esencial- renovadas imágenes que consigan muchos votos y que se conviertan en imprescindibles para hacer España gobernable. O lo que es lo mismo, consideran a los votantes españoles suficientemente tontos como para elegir a un partido que cambie la superficie de los problemas pero no altere la base de los mismos: el sistema económico sobre el que nos sostenemos, que no hace sino fortalecer a los ricos, es decir, a esas grandes empresas, y estrujar a los pobres. Con las inyecciones económicas con cierto carácter de lobby, el presupuesto de C's es el segundo más grande para las Elecciones Generales de (presumiblemente) Noviembre de este año, por delante del PSOE y siguiendo al PP -no se puede competir contra los que no sólo son financiados sino que además no tributan por ello-. Es obvio que el partido catalán, de llegar al poder, quedará subordinado a las exigencias de las empresas que les están financiando, que necesitan presencia en los órganos de Gobierno y que, de no tenerla, amenazan con marchar a otros países y dejar a España sin la suma de dinero que necesariamente generan, tanto indirectamente en forma de empleo como de manera directa mediante los impuestos. El problema es que nadie ha votado a la dirección de estas empresas. Cualquier participación en el máximo poder que puedan llegar a tener adquiere un evidente matiz dictatorial, claramente antidemocrático e indudablemente opuesto a los intereses de la mayoría. Por eso mismo es anticonstitucional, ya que la Constitución del 78 afirma en el artículo 128 que "toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general".

Históricamente ha habido casos de partidos nuevos que han impulsado reformas superficiales con las que la ciudadanía se ha dado por satisfecha. El caso más reciente es la Transición, que se resume tal que así: se muere el dictador, toma el relevo alguien que no está dispuesto a ser votado (Juan Carlos) y se comienza el paso "de ley a ley", franquista a liberal, evitando las posiciones rupturistas que la oposición no fue firme en defender y que nos habrían ahorrado la vigencia, aún en la actualidad, de leyes absurdas de origen e ideología fascista, totalitaria, católica y retrógrada. También la gestión de Antonio Maura, primer ministro entre 1907 y 1909, presenta semejanzas con Ciudadanos: impulsó lo que él llamaría una "revolución desde arriba", con el objetivo de que su inicio no fuera provocado por las clases populares. Se apoyó en la clase media-alta, tratando de cambiar lo justo y necesario para que nada cambiara. A su época de gobierno, de hecho, se le llama "reformismo frustrado". Así, donde Maura luchó contra el caciquismo; Rivera luchará contra los desahucios; donde el balear impulsó autonomías, el catalán fomentará la actividad industrial y el desarrollo turístico. Pero, aun siendo todas ellas medidas que conllevan un progreso, son insuficientes y muy ajenas al verdadero problema: la ya mencionada participación en política de empresas y empresarios que nadie elige y su influencia en las decisiones verdaderamente trascendentales.

La renovación política en España evidencia un cambio de mentalidad. Los casos de corrupción, la privatización de bienes públicos necesarios y, más en general, la pésima gestión que Zapatero (el mismísimo Diablo para la derecha) hizo en su momento y que Rajoy sigue haciendo hoy, han convencido a los españoles de que descuidarse de la política implica que la calidad de vida decaiga, que la política sea utilizada con fines lucrativos y que cualquier signo de altruismo y buena voluntad desaparezca. Si queremos que esto cambie tendremos que buscar una solución en las urnas, pero, por lo ya expuesto, Ciudadanos está muy lejos de representar el cambio necesario.

domingo, 10 de mayo de 2015

Típicamente español

Cumplidos los dieciocho, los españoles entran en la Universidad, que acojona tela, desde los temibles profesores hasta las miles de páginas que -dicen- estudiarán , pasando por los estudiantes uno, dos, tres o cuatro años mayores. Qué de mayores. Nada más lejos de la realidad, imagino, sin saber a ciencia cierta, cuando hablamos del teórico epicentro de la cultura que se ha convertido, con la universalización de la educación, en un puticlub de libros y un follón de profesores jóvenes que se las dan de majos y viejos que van de bordes. Y allí entran, o entramos, los chavales recientemente mayores de edad en lo físico y que aún viven la plenitud de su infancia feliciana e inconsciente en lo mental. En las Universidades nos dicen, imagino, que hay que estudiar, que ya no estamos en el Colegio, que lo llevemos al día y que déjate de charlas que vamos a empezar. Y, cuatro años después, espero que algo más maduros y formados como estupendos profesionales en el grado que cursemos, los estudiantes salimos, o ya diré que salen, al mercado profesional, en un abismo colosal entre la teoría que, como en el colegio, han maldecido innumerables veces, y la práctica, que en realidad no tiene nada que ver con la teoría, para qué nos vamos a engañar. Y sin embargo, la estupenda formación académica recibida no tiene nada que ver con la formación de personas, la formación "en valores", aunque esta expresión me produce asco por su componente clerical que en ese contexto equivale a algo así como "en esclavitud, servidumbre y adiestramiento teológico". El hecho es que en cuanto a personas se refiere se forma a muchos payasos de circo que, a la postre, manejan demasiados cargos importantes -muchos muy alejados de los grados que con tanta brillantez han estudiado-. He aquí varios ejemplos aclaratorios.

No es necesario rebuscar mucho. Nuestro presidente del Gobierno, Rajoy, debe de ser un tío brillante en lo académico. Registrador de la propiedad y por tanto estudiante empollón nato. Y, sin embargo, es un verdadero tonto del bote que no sirve más que de marioneta de toda esa corruptela que a él se le achaca y que tapa como buenamente puede, cumpliendo su función de chivo expiatorio de la versión española de la familia Corleone, que no comparte apellido sino siglas: PP. Como el tonto del grupo que paga el pato. Además, no sabe ni leer los discursos que le redactan y, en sus medidas más egoístas en las que nadie ha apoyado a él ni a su partido, ambos han demostrado una avaricia y un desdén hacia la pobretería digna de insulto. Para Rajoy ETA es una gran nación. Otro ejemplo es Esperanza Aguirre, otra buena profesional que se gana la vida dignamente en su labor como estafadora. O mejor, se gana la vida, porque digna no es que sea. Engaña a los ciudadanos con discursos radicalmente distintos a sus actos y con campañas que no piensa cumplir. De vez en cuando, como todos, comete algún error y se le escapa lo que verdaderamente piensa: "Malditos vagabundos sin techo, qué molestos son para los turistas, con lo bien que estarían durmiendo en su casa", o lo que es lo mismo, "putos pobres de mierda". Y qué decir de Fernández Villa, el sindicalista minero más golfo jamás conocido, al que se le llenaba la boca con palabrería proletaria barata -aunque con mucho sentido- que olvidaba fácilmente cuando se trataba de esconder 1,4 millones de euros al fisco. "Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros", como dijo Marx -el bueno, Groucho-.

Al fin y al cabo, el mundo está lleno de mamarrachos. Todos conocemos la hipocresía en la que se mueve la sociedad. Pocos la explicamos. Cuando vienen mal dadas, la carroña más putrefacta abandona su escondite para criticar a todo el que se cruce por delante. Las vacas flacas son momento de someter a linchamiento a todos esos que caen mal, esos a los que uno busca motivos para criticar desde hace meses, si no años. Y si no es economía, es personalidad, inestabilidad personal o emocional... Siempre hay un momento para despotricar a gusto, pero eso sí, siempre a la espalda. En estas críticas hay un cierto tufillo al pecado nacional por excelencia, la envidia. Es probable que en muchas ocasiones quien critica lo haga por necesidad de atacar, siendo esto una simple maniobra de defensa. Y por otro lado, es legítimo que nos defendamos, pero no lo es tanto que lo hagamos asestando puñaladas vilmente enmascarados. Claro que esto parece inherente al español y al hombre en general. La palabra "persona", de hecho, tiene su origen etimológico en el griego prósopon, que significa máscara, claro indicio de que la persona no es más que la fachada que esconde nuestra personalidad. Tirar la piedra y esconder la mano cobardemente es tan típicamente español como la paella, el buen vino, el chiringuito mediterráneo o la más completa ignorancia.

sábado, 2 de mayo de 2015

Ver y oír y sentir y vivir

Tengo por costumbre ir a San Mamés a ver fútbol. Por proximidad y tradición, soy hincha del Athletic, asiduo a su estadio y suelo, además, ver sus partidos como visitante a través de la televisión. Lo cierto es que lo ponen fácil con precios competitivos. Hace unos días, en el famosísimo derbi vasco contra la Real Sociedad, ambos clubes decidieron homenajear a los integrantes de la plantilla sub-18 de la Selección de Euskadi, para premiarles así por haberse proclamado campeones de España ganando a Madrid. En el homenaje, que tuvo lugar justo antes de empezar el partido, los jóvenes jugadores se acercaron hasta el centro del campo presentando el trofeo ganado, en dos filas indias, una al lado de la otra, hasta colocarse en un semicírculo sobre la línea del círculo central. Para mi sorpresa, la gran mayoría recorrió estos veinte o treinta metros móvil en mano, apuntando a las gradas, con -supongo- la función de vídeo activada. Dieron más importancia a la presencia en las hemerotecas del instante que al instante en sí, a verlo y oírlo y sentirlo y vivirlo.

La tecnología nos come en nuestra vida cotidiana desde bien pequeños. Entrenando a un grupo de alevines, es decir, de niños de diez u once años, se me ocurrió, a modo de "experimento", preguntar cuántos de ellos tenían un teléfono propio de última generación. De los trece, ocho tenían móvil, desde iPhone hasta Samsung Galaxy, pasando por HTC o Sony Xperia. Fue entonces cuando me di cuenta de que el problema de fondo no está en los niños. Ellos han nacido en la era de la tecnología, han sido educados en ella y no son capaces de verle un lado negativo, porque nadie se lo ha mostrado. Son los adultos, los padres de estos niños, los que les permiten el acceso indiscriminado a Internet a través de diminutas pantallas táctiles y los que, peor aún, dan horrible ejemplo utilizando tablets, portátiles y móviles en los peores momentos, desatendiendo la situación y a sus propios familiares, hijos o amigos.

Lo más preocupante es que los miles de millones de datos que generamos diariamente acabarán perdidos e inaccesibles. Los motivos: el deterioro de los equipos que los almacenan, la obsolescencia programada o las leyes del famoso 'copyright'. Hemos generado tanta información en las pocas décadas que llevamos de tecnología punta que, si llenáramos con ella millones de iPads, apilados, alcanzarían la Luna. La cantidad de datos crece exponencialmente, hasta duplicarse cada dos años. De aquí a 2020, habremos generado tanta información que, siguiendo el ejemplo anterior, esas tabletas de Apple rebosantes de datos habrán recorrido tres veces la distancia que nos separa del satélite. Y, como digo, nuestra era oscura de la información, algo así como la Edad Media a pequeña escala, perderá todo próximamente, sin dejar rastro físico de su paso por la Historia. Los disquetes, en los que tanta información se almacenó en los años 80, son un buen ejemplo: quien no los ha perdido, no puede acceder a ellos porque los sistemas de lectura han desaparecido o son ya excesivamente viejos. Y como el avance es constante, aunque pensemos que en un CD o un pen-drive los datos están seguros, no es así. Sin ir más lejos, ninguna tableta dispone de lectores para este hardware, de modo que la desaparición de los ordenadores tal y como los conocemos conllevaría la pérdida de información generada desde hace 15 años hasta hoy.

La tecnología es, además, un instrumento político con fines muy ilícitos. Genera necesidades paradójicamente innecesarias para asegurar que la ciudadanía, ensimismada en ella, se sienta libre por tenerla y olvide el recorte de sus derechos más elementales. Focaliza la ira y permite a las personas expresarla lanzando mensajes al mundo. Capta nuestra atención y la retira de lo más básico, aquello para lo que estamos aquí: ver y oír y sentir y vivir.