Blog de opinión sobre actualidad social y política.

sábado, 18 de julio de 2015

Un pequeño cabrón

Desde 1936, el 18 de Julio es fecha de fatídico aniversario. Ese día, ese año, se sublevó un tal Francisco Franco, un pequeño acomplejado que se creía quién para dictar su voluntad y transformar la ley de forma que asegurase absoluto cumplimiento de sus caprichos. Franco murió en la cama en 1975, en lugar de ser brutalmente fusilado como habría correspondido a cualquier país cuyas gentes tuvieran dos dedos de frente. A su muerte, miles de personas se juntaron frente a la residencia oficial del dictador, mostrando su apoyo a la recién terminada dictadura y su disposición a lo que llamaron un “franquismo sin Franco”. Por suerte, el sucesor que él mismo había nombrado se decantó por la monarquía parlamentaria que defendiera la soberanía popular mediante sufragio universal, pero también se perdió así una valiosa oportunidad para pasar a cuchillo a los miles de hijos de puta que toleraban y apoyaban los fusilamientos de presos políticos, la opresión, la centralización cultural y social, la ausencia de libertad religiosa mediante la inclusión de una Iglesia muy lameculos en los papeles del Estado, etc. Y esos miles de imbéciles capaces de sentirse más cómodos con imposición que con votación siguen entre nosotros, camuflados como falsos demócratas que esbozan una sonrisa cuando la izquierda demanda abrir fosas y hallar cadáveres de quienes en la década de los 30 apoyaron la II República. Siguen ellos o sus vulnerables descendientes, que creyeron las gilipolleces que decía el abuelo.


La superación del franquismo aún está por llegar. Todavía no ha tenido lugar. Y es que España es el eterno retorno, la hipotética superación de conflictos que se olvida al surgir uno nuevo. Ni siquiera las guerras carlistas, provocadas por un payaso de feria como fue Fernando VII mediante la derogación de la Ley Sálica, estaban superadas cuando terminó el siglo XIX. Ni el desastre colonial del 98 había quedado resuelto cuando Franco se hartó de los rojos y pasó la navaja a cuellos republicanos. Y la consecuencia de todo esto es una acumulación del rencor, una continua terminología beligerante, un aún presente aire guerracivilista que se impone sobre la libertad de pensamiento y que, siguiendo la tradición, algún día explotará en nuestras narices para terminar de una vez con un Estado formado por la escoria de Europa. Explotará un general zumbado con mucho ego, un comunista resentido apoyado desde el ostracismo por la izquierda radical, un anarquista al que el capitalismo le haya hecho llegar un fusil, dos pistolas y tres bazucas.

Alguien explotará si en los colegios no se enseña que el pasado de España es el de un país glorioso venido a menos como consecuencia de la inaptitud de sus reyes, del revanchismo de sus gentes, de la religiosidad exacerbada de sus poderosos curas y sacerdotes. Los niños deben conocer lo gilipollas que fue Fernando VII, el modo en que sembró la división entre liberales y conservadores y cómo, a su vez, generó el pretexto que les serviría como excusa para darse de hostias durante todo un siglo. Deben recibir educación histórica, porque la historia sí es opinable. Enterarse de que la II República fue un fiasco por la sinrazón de sus principales impulsores, por medidas irreales que debieron ser proyectadas a largo plazo. Empaparse también de que el general Franco y sus misteriosamente fallecidos aliados –Mola o Sanjurjo entre ellos- debieron morir como dos siglos y medio atrás lo habían hecho los déspotas franceses: en la guillotina, ante el júbilo de un pueblo liberado de la semiesclavitud, o ahorcados y colgados en la plaza del pueblo, como Mussolini y su mujer yacieron durante semanas boca abajo en una gasolinera. En España faltaron huevos para eso, y así nos luce el pelo. Ya es tarde. Lo nuevo es la educación.

domingo, 12 de julio de 2015

Conquistar la prensa

Las páginas de los cuatro periódicos punteros (El País, El Mundo, ABC, La Razón) rebosan publicidad invasiva de grandes potencias económicas. Sobre el diario El País, por ejemplo, dicta Prisa y, por ende, el Santander, por lo que no es extraño encontrar una muy sutil manipulación en las noticias de índole económica, en lo que se convierte en una perfidia a los principios elementales del periodismo sano. El lector está obligado a leer el contenido por el que se ha interesado con el logotipo de conocidas marcas -esencialmente bancos- a ambos lados, exaltados en llamativos tonos. En las páginas, además, existe un diseño que provoca la aparición del anuncio en el centro de la pantalla durante los primeros (eternos) cinco segundos. Así, mientras uno espera a informarse sobre lo más recientemente acontecido en torno a Grecia, contempla publicidad de bancos que, como es obvio, consiguen así el silencio de los periódicos en los que se anuncian a cambio de un chantaje no escrito y quizás tampoco hablado. Si los bancos quitan los anuncios, los periódicos cierran.

Ocurre en los periódicos como en la vida misma: el entorno económico marca la forma de pensar, la ideología. Se cumplen por tanto los principios elementales de los filósofos de la sospecha, Marx, Nietzsche y Freud en el siglo XIX y otros tantos de ahí en adelante. Afirmaron que el pensamiento de uno debe ser contextualizado: donde para Marx es necesario conocer la situación económica que rodea a una persona porque ella marcará su forma de pensar e incluso de actuar, para Freud hay que analizar esos pensamientos y actos en base a la influencia del inconsciente, subversivo y manipulador. Los periódicos se acercan más al concepto marxista, porque es su necesidad económica la que les lleva a vender su línea editorial. Se convierten, y con ellos todos sus redactores (y qué decir de quienes editorializan bazofia ignominiosa de lo más variada), en estómagos agradecidos, máquinas creadoras de la mentira consciente y deliberada. Venden su imagen y venden a su público. Pero papel venden el justo, y ese es su otro gran problema.

Si el nivel del periodismo alcanza las más lamentables cotas vistas desde la Transición, es culpa suya. Todos, sin excepción, han prostituido la libre información, el periodismo entendido como verdad objetiva a cambio de algo (dinero). Lo han hecho regalando a través de Internet y aplicaciones de teléfonos móviles el contenido calcado de las versiones en papel. Columnas, noticias, artículos, editoriales, reportajes, entrevistas. Todo está en las aplicaciones y de manera mucho más cómoda, porque en ellas no hay enormes hojas que se separen ni tinta que manche el sofá. El mismo teléfono móvil, la misma pequeña pantalla, representa ahora una noticia sobre Grecia, esta noche un reportaje sobre las centrales nucleares y mañana un artículo de Javier Marías. No hace falta cambiar de teléfono ni añadir un menos a la cuenta de resultados de la tarjeta de crédito. El objetivo (como en toda empresa, y más en este capitalismo extremo que mercantiliza hasta la información) es mantener o aumentar los beneficios, con lo que la disminución de las compras minimiza el ingreso, y a menor ingreso corresponde menor gasto. Periodistas a la calle, becarios a puño, sueldos ínfimos, periodistas de aún menor nivel intelectual. El chiringuito se desmorona porque la información es pobre, quien la redacta es corto y quien la lee no paga. Y porque esa pobreza informativa es gratis, así que sus consecuencias son aún peores al convertirse su repercusión en ilimitada. El más vulnerable botarate puede leer y creer las falsedades vertidas en aplicaciones. Vertidas como lo que son: mierda.


Resumiendo: el sistema mercantiliza la información e impone su ley de la competencia egoísta a los medios de comunicación, llevándolos a regalar sus contenidos a cambio de ser más populares que el del edificio de en frente. Cuando el lector no paga, los medios se entregan a grandes concentraciones de capital para subsistir, cayendo bajo su dominio. Las mismas concentraciones, las mismas instituciones desalmadas y -al contrario de la imagen que proyectan- antidemócratas que conforman el propia sistema. La pescadilla que se muerde la cola otorga a la prensa libre la enfermedad de la mercantilización de la información y la precarización de empleos. Y, hecho eso, sólo hace falta rematarla. A poder ser, en el suelo e indefensa.

viernes, 3 de julio de 2015

El vómito de Carlos

Sorpresón: otro artículo vomitivo del derechón de Carlos Herrera. Publicado en todos los diarios de Vocento el fin de semana pasado, para más señas. "Los primeros estimulantes días del fiestón", el nombre del artículo, no es más que una sarta de generalidades, desvaríos e improperios insultantes a ojos de cualquier persona con un mínimo de sentido común. Gilipolleces varias puestas una tras otra. Gilipolleces, sí; me permitiré el lujo de faltar un poco a tan ilustre figura, como ha hecho él con los nuevos partidos hermanados con Podemos. Pero moderaré mis críticas, no sea que se lo tome a mal y vuelva a las andadas, contándonos su apasionante vida y sus trepidantes viajes.

"El despiporrante espectáculo que están brindando las diferentes candidaturas bendecidas por Podemos en las ciudades en las que han sido aupados al poder, bien por los votos o por las alianzas", por empezar por el principio, suena a reproche a los pactos que han desbancado a su queridísimo Partido Popular. Olvida Carlos que uno más uno es dos, y que dos es más que uno y medio, así que la unión de dos pequeños hace más que el teóricamente grande. Matemática de la más básica. Sigue: "La foto de los concejales triunfantes del Ayuntamiento de Zaragoza dejando el pleno al ser elegidos parecía la borrachera de estudiantes recién salidos de la taberna de la facultad: más de un maño se habrá preguntado, inquieto, si esos tipos van a ser los que solucionen los problemas de la ciudad". Claro que las pintas con las que se presentaron los vencedores y futuros alcaldes fueron la lamentable prueba de que por los ojos se ganan elecciones (y su imagen de descuidados no es más que pose revolucionaria que convence a simplones de izquierdas). Pero de ahí a que eso vaya a empañar necesariamente su gestión en la alcaldía, amigo, hay un paso muy grande. Refiriéndose a Kichi, afirma: "Veremos si hace obra en su despacho para reducirlo, ya que ha resultado «más grande que la casa donde vivo» (sic), con lo que los ciudadanos podrán estrenarse discutiendo si gastar dinero en una reforma para evitar que el de la comparsa se sienta incómodo por sentarse en un despacho amplio". ¿Realmente pensará que puede ser una traba en su labor como alcalde el tener un gran despacho? Seguro que para la facha de su antecesora, aquel vejestorio agarrado al trono, no lo fue. Así que Carlos, en su habitual simpleza argumental, no encontró puntos débiles para criticarla. O no quiso encontrarlos. En cualquier caso, el flamante fichaje de la Cope se encarga de dejar claro que ha estado en ese inmenso despacho. No nos vayamos a pensar que este es un periodista libre que no visita despachos de alcaldes peperos para que le den de comer. De eso no hay.


Sobre el nuevo alcalde de Valencia, dice el grave más presuntuoso de la radio española que "ha gestualizado con lo inevitable: el infantil gesto de no querer la vara de mando ya que él plantea una gestión «abierta y dialogada», muy lejana de lo que conlleva dicha vara. Igual se cree que los alcaldes están obligados a llevar como un apósito susodicho bastón, incluso en los viajes al excusado". A nuestro amigo le viene grande cualquier simbolismo abstracto. Sobre Zapata también se pronuncia: "a este pobre imbécil le han dejado 'solo' de concejal de a pie gracias a su descomunal sentido del humor". Así que admite Carlos que por el sentido del humor puede uno perder su cargo. Cuando ABC, diario del que cobra, ocupaba la portada con una foto de Hitler saludando a niños para resaltar la afabilidad con que lo hacía o cuando apoyaba incondicionalmente el franquismo olvidó pedir dimisiones. Será porque eso no era humor sino teóricamente un diario serio. Teóricamente. No se olvida Carlos de mirar al PSOE: "Todo gracias a esta triunfante fiebre populista. Aupada por sus votos y por el apoyo entusiasta del PSOE de Pedro Sánchez, al que ya veremos si algún día habrá que pedirle explicaciones". Y menos mal que el benefactor del auge populista bolivariano y comunista no ha sido el mismísimo Diablo: Zapatero. Vade retro, Satanás.