En relación con esto, Juan Manuel de Prada reflexionaba
recientemente en un artículo llamado precisamente Populismo. Dejando de lado los vaivenes religiosos habituales en
él, comentaba acertadamente que "el populismo sería, pues, una doctrina
que promete el paraíso en la tierra sin necesidad de Parusía; pero en realidad
esto es lo que han hecho siempre todas las ideologías", para terminar el
texto con una brillante metáfora: "siento que la peste, la malaria, el
cólera, el tifus, el sida y la lepra se han puesto de acuerdo en tildar de
«plaga» al catarro".
Pues bien, el catarro ha llegado a Grecia en forma de
coalición de izquierdas. Etimológicamente, según cuentan quienes saben de esto,
Syriza quiere decir "partido de izquierda radical", tomando "radical",
que proviene de raíz, un sentido de innovador, nunca de extremista, tal como lo
entendemos en España. Resulta que los griegos se han cansado de su falsa
democracia -ya era hora de que alguien lo hiciera- como camuflaje de una
dictadura del capital: está claro que quienes realmente mandan en el mundo son
los bancos, las instituciones monetarias y los misteriosos e inhumanos "mercados",
por no hablar de los fondos buitre que tan bien estarían expropiados y
disueltos. No descubrimos Roma.
No deja de sorprenderme que los líderes europeos se
escandalicen ante el auge de un partido que solo busca para sus ciudadanos un
nivel de vida decente. Para Merkel y sus colegas de la troika, se trata de una
locura porque "quién os dará el dinero que necesitáis". Al menos
descubrimos que no tienen pegas en admitir que solo prestan dinero por interés,
y jamás por razones humanitarias: los millones de griegos pobres no importan
más que esta u otra operación bancaria por valor de miles de millones de euros.
Pero esto no es lo peor, porque todos sabíamos, antes de la aparición de Syriza
como partido de masas, que los déspotas mandamases son arrogantes, hipócritas y
falsos. Lo peor es que todo esto nos parece normal, asumimos con total
cotidianidad que no es preocupante que la gente se muera de hambre y que una
buena calificación de Standard and Poor's siempre está por encima la miseria en
todo un país, porque al fin y al cabo no somos más que objetos que permiten que
tan respetados líderes europeos se enriquezcan. Vendemos nuestra vida, nuestro
ánimo y nuestra fuerza al mejor postor, aunque en ocasiones no alcance un
salario digno y nos convirtamos en asalariados pobres. Sí, es eso lo que
hacemos, regalar nuestra fuerza de trabajo a los ricos. Y no lo digo yo, lo
dijo Marx.
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