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viernes, 13 de febrero de 2015

Incultos sin interés

En artículo reciente publicado en El País Semanal, Javier Marías expresaba su desencanto con la desvergüenza de jueces prevaricadores y desmesurados de la Justicia española, extendiendo incluso la crítica a jueces de todo el globo. Se centraba en las pruebas de "españolidad" a las que son sometidos los extranjeros que piden la nacionalidad española, que han de responder a preguntas relacionadas con el submundo del corazón, véase "qué personaje televisivo mantuvo una relación con un conocido torero".

Me resulta inevitable indignarme, preguntarme qué clase de personaje considera que esa pregunta refleja los conocimientos sobre un Estado por parte de un extranjero, o peor aún, por qué el extranjero en cuestión sabe la respuesta a tal idiotez. Claro está que no es un tema sencillo: al fin y al cabo, el deber del juez no es hacer preguntas que considere apropiadas sino simplemente realistas, y quizá en ese país de pandereta sea más fácil saber el nombre de Belén Esteban que el siglo en que vivieron Calderón de la Barca, Lope de Vega o Miguel de Cervantes.

Ese es el problema de raíz: que esas preguntas sean importantes en este país, o por extensión, que Telecinco sea la cadena más vista y Gran Hermano VIP acapare la atención de millones de televidentes con muy poco respeto por sí mismos. Celebremos, pues, la fiesta de la incultura y la superficialidad al tiempo que ignoramos la intrascendencia de nuestros escritores, pintores, cineastas y músicos. Dejémonos llevar por la basura que la televisión nos ofrece (total, como es gratis) sin parar a cuestionarnos qué vemos y sobre todo por qué lo hacemos.

Hay lugar para la esperanza. España es un país de cultura lleno de incultos sin interés. Interés por aprender, por saber un poco de todo y mucho de unas pocas cosas. Solo hace falta inspirarlo desde la educación, y que ésta sea abierta, general siempre y particular en pocos casos. Como dice César Bona, candidato español al "Nobel" de los profesores, permitir que la curiosidad y la creatividad entren en las aulas y que los niños se acostumbren a preguntarse por qué, bajo qué condiciones y quién dice eso, o por qué no, qué tontería es esa y por qué hace falta cumplirla. Solo mediante la curiosidad podremos incentivar el estudio como aprendizaje y no como memorización, que no solo se aprenda sino que se aprehenda y que los "esto para qué sirve" desaparezcan de una vez, para que el futuro de este país sepa ver que la cultura es general y nunca particular.

El objetivo debe ser adquirir conocimientos superficiales de muchos campos: historia, filosofía y política en lo humanístico; pintura, tauromaquia -nos guste o no, es historia de España-, cine e historia del arte en lo artístico, y cómo no, el culmen de la cultura y la herramienta para transmitirla: la literatura. Mientras los colegios no formen en estos aspectos estarán alejados del mundo real y no inspirarán interés: tan solo serán centros de cultura llenos de incultos.

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