Un atentado contra una revista satírica -qué brillante eufemismo para
calificar un semanario que simplemente se ríe de todo- parecía, al menos a
primera vista, algo trágico pero lejano, que en cierto modo no nos tocaría de
cerca más que la ética y la hipocresía, pero en ningún caso los
derechos. Sin embargo, el Gobierno busca desde hoy, día en que parece
haberse hecho oficial que a ninguno de sus dirigentes le importaba el porvenir
de cualquier miembro de Charlie Hebdo, sacar su beneficio con opresión y
control absoluto sobre cualquier acción.
Tras, estoy seguro, tiempo pensando en maneras de coartar la libertad de
expresión de los españoles, la excusa era perfecta: si el terrorismo islámico
ha pagado sus penas con una revista libre, el problema no será el terrorismo
islámico en sí, en absoluto: el problema del atentado será la libertad.
¡Claro! Si los caricaturistas que representaron a Mahoma no hubieran podido
hacerlo, no estarían muertos, así que toca elegir entre libertad y
muerte o seguridad y vida. "¡Me quedo con la b)!" dirán los
pobres ilusos que vean en esto un favor del Gobierno, cuando se trata de una
simple invención y de una disculpa de libro para controlar al pueblo, como la Ley Mordaza pero con motivo de ser. ¿Desde cuándo hay que elegir entre
ser libres o estar seguros? Nada más lejos de la realidad.
Resulta entonces que, como el Pisuerga pasa por Valladolid, el momento
es inmejorable para callar a quienes no estén de acuerdo y sean, además, de
sangre caliente. Porque de febrero en adelante, un insulto en una red social se
convierte en punible económicamente, y si va ligeramente más allá podrá llegar
hasta lo penal. Esta propuesta llegará, como digo, al Congreso de los Diputados
en febrero, y será probablemente aprobada con los votos a favor del PP y la
negativa del resto de partidos. Me pregunto para qué irán a una votación de
carácter dictatorial.
Libertad de expresión o no: ese es el debate. Siguiendo la tradición de su
institución corrupta, vengativa y estrictamente restrictiva, el Papa Francisco
(¡el cambio, el progre, el comunista! y demás bobadas) ya ha querido fijar un
límite que entiendo se basará en su opinión o en lo que le diga Dios por
telepatía. Los políticos afines a la derecha son otro ejemplo: mediante
campañas de asociación al terrorismo han intentado cerrar medios como Revista
Mongolia o La Tuerka, en un claro atentado desarmado contra la libertad de
prensa. Ahora se erigen como los principales defensores de dicha libertad,
mientras que por nuestro bien y siempre por nuestro bien prohíben una palabra
porque suena mal queriendo aparentar dominio de la situación. Pero no nos
dejemos engañar: no es más que escaparate para esconder su manifiesta
incompetencia. Si de algo ha servido el atentado en París es para ver lo
simples que son nuestros gobernantes.
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