Y como Einstein otros tantos científicos ateos que se
han decantado por un bando al encontrar discrepancias entre ciencia y religión:
Stephen Hawking o Richard Dawkins son claros ejemplos. Mientras que Hawking se
declara ateo y dice descartar los milagros religiosos porque la ciencia les
ofrece explicación, Dawkins va más allá: "La fe revelada no es una
tontería inofensiva, puede ser una tontería letalmente peligrosa porque da a la
gente el falso coraje de matarse a sí mismos, lo que automáticamente elimina
las barreras normales para matar a otros".
Es evidente que desde un punto de vista objetivo y
meramente científico creer en la existencia de Dios es un disparate,
un auténtico sinsentido. Sin embargo, la fuerza de la fe que, no lo olvidemos,
ha impulsado a la civilización durante siglos, parece no atender a razón
precisamente por ser fe, es decir, algo intrínsecamente irracional, al mismo
tiempo que exige ser tratada con respeto por todo lo que significa para
millones de personas. Pero, atendiendo a las palabras de Dawkins, aunque una
creencia pueda resultar inofensiva, no lo es cuando se lleva al límite, donde
la vida es una simple espera a la muerte. Es precisamente esta
conducta, la de una vida "de paso" hacia la muerte, que han defendido
desde San Agustín hasta los musulmanes más extremistas de la actualidad, es
este desprecio de lo único que tenemos con seguridad, la vida, lo que puede
dotar a la religión de la cualidad de asesina.
La religión, los religiosos, creyentes en uno o muchos
dioses, anulan sistemáticamente todo lo que vaya en su contra, como la Iglesia
torturó a Galileo por su sistema heliocéntrico o a otros 30.000 inocentes por
declararles herejes, haciendo imposible la coexistencia entre ella y la
investigación. Instituciones como esta de la que hablo, la Santa Inquisición
Española, o Estados extremistas de asesinos peligrosos como el Estado Islámico,
me llevan a pensar que lo mejor que podría ocurrir a la civilización sería la
desaparición de las religiones, no forzada sino paulatina y sobre todo natural,
fruto de la entrada en razón de quien aún no lo ha hecho. Ni digo ni pienso que
las religiones sean siempre negativas, pero los valores que inspiran pueden ser
asumidos por una educación alejada de seres misteriosos que leen nuestras
mentes, incluyendo la solidaridad de, por ejemplo, los misioneros cristianos,
que actúan por vocación y de los cuales la Iglesia saca pecho como si fueran de
su cosecha. Porque la religión y el progreso, es decir, nuestra mayor
aspiración, son simplemente incompatibles.
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