A la mierda. Resulta que a partir de ahora, de acuerdo a la
última brillante idea de la OMS, comerse un filete es cancerígeno. O una
hamburguesa, o una loncha de jamón. El embutido también da cáncer. Y lo hace
asimismo una salchicha. Una puñetera salchicha es considerada por la
Organización Mundial de la Salud como un incentivo del cáncer colorrectal.
Hasta aquí hemos llegado. Hasta agudizar nuestra
esquizofrenia pro-vida, ultra de la juventud, loca por la eterna felicidad. Una
hamburguesa considerada cancerígena no es más que otro paso en la escala de la
gilipollez humana. Un peldaño hacia un futuro idílico de hombres y mujeres sin
arrugas, curvas ni -claro- cáncer.
Un futuro que, desde un punto de vista práctico, no tiene
lugar. Un mundo lleno de viejos es insostenible. Pero desde el punto de visto
teórico, práctica aparte, es tan utópico como innecesario. Nos robarán la
felicidad prometiendo la eterna. Algo así como lo que la Iglesia ha hecho
durante siglos. Coincidencias.
Si la carne da cáncer, habremos de morir antes. Habremos de
aceptar con resignación que no estamos hechos para vivir 80 años sin problemas
de salud, que nuestra naturaleza es la más elemental que se explica en los
colegios: nacer, crecer, reproducirse y morirse. Palmarla rapidito, aligerar el
paso, dejar sitio al resto. A aquellos que hemos creado. Porque nuestra vida
eterna es un tapón para las generaciones venideras.
Si la carne da cáncer, habrá que comer más para desafiar a
los estudios que han llegado a tan idiota conclusión. Quizá, no lo niego, con
prueba empírica, pero igualmente idiota, innecesaria. La ciencia no debe ir en
contra de la humanidad.
Si la carne da cáncer, será deber de los humanos dejar de
manipularla. Comerla de la manera más cercana a su estado natural. Y eso es
competencia de la ONU, es decir, la misma organización que ha permitido hacer
público ese informe. Que se apliquen las pilas. Que cumplan su obligación
paternalista, la de la protección del pueblo, menor de edad en tanto que
dependiente, nulamente autosuficiente.
Quizá la carne dé cáncer. Quizá las albóndigas que recién
terminé y con gusto saboreé hayan desencadenado en mí un proceso mortal. Pero
lo ricas que estaban no me lo quita nadie. Ni la OMS, ni la ONU, ni la madre
que las parió.