Blog de opinión sobre actualidad social y política.

sábado, 28 de febrero de 2015

Alabado sea Hitler

¿Qué sería de nosotros si Adolf Hitler y su imperio nazi no hubieran ganado la Segunda Guerra Mundial? Imagina que Alemania hubiera perdido y viviéramos hoy por hoy bajo la libertad de la democracia propuesta por los aliados. No tendríamos instituciones europeas que mandaran sobre nosotros, nos chantajearan para moldear nuestro voto y se regocijaran con nuestra miseria. Aún más, el canciller alemán no tendría poder alguno sobre una comunidad tan amplia como Europa y tan solo lo tendría un elegido por el pueblo, siguiendo ese sistema tan absurdo que inventaron los griegos y que llaman democracia.

Menos mal que ganaron los nazis, ¿verdad?

lunes, 16 de febrero de 2015

Bandera taurina

Hubo banderas españolas en la manifestación a favor de los toros de Castellón. Tan multitudinaria fue dicha manifestación como multitudinaria es la apatía hacia la bandera constitucional española. Es más, la repercusión de aquellos a los que disgusta la bandera es mucho mayor que la que tenemos nosotros los taurinos. Somos, al igual que nuestros "oponentes" antitaurinos, una minoría.

En España se odia la bandera por diversos factores: quizá la causa más esencial es el hecho de que, con el pequeño detalle de un ave bastante imponente en medio, fue la que asumió un señor muy bajito que dictó en España lo que le vino en gana, desde fusilamientos de republicanos y gente de izquierdas (mataron a uno de los mejores escritores de la historia de este país, García Lorca) hasta decisiones meramente políticas que se habían evitado hasta entonces, póngase como ejemplo la centralización que robó competencias a todas las comunidades. Dicen muchos que no solo es la bandera franquista, y no les falta razón, ya que fue también insignia del país en la Primera República, pero esto tiene fácil explicación: la bandera de ese período no tuvo cambios, tan solo quitaron la corona que hasta entonces había imperado. No modificaron colores por simplicidad. Y sí, la rojigualda también acompañó a la Restauración, proceso liderado por el conservador -muy conservador- Cánovas del Castillo. Quizá sea eso lo que genere antipatía hacia la bandera: que sea la muestra de un país tradicionalmente conservador, cuyo conservadurismo le ha llevado al atraso en que aún está sumido, al ser de los países que menos invierte en lo que hoy da dinero: I+D. Algún día nos daremos cuenta y reaccionaremos, pero para entonces, como siempre ha pasado, será demasiado tarde.

La tauromaquia es de derechas y monárquica. Las Ventas cantó Viva al Rey el pasado Mayo y se aseguró de que la izquierda, generalmente republicana, asocie los festejos taurinos a lo que no deberían ser pero desgraciadamente son: política. Además de elitista, la fiesta de los toros es tradicional y conservadora: en general, los grandes cambios no son bienvenidos. Quienes la aborrecen, los antitaurinos, gente tan infeliz que dedica su tiempo a destruir, tienden a la izquierda: de esa ideología son precisamente los partidos animalistas como el PACMA. No conviene, por tanto, generar también en lo político discrepancias con los "antis", porque están al acecho y nos atacarán cuando nos vean débiles. Atacará IU, atacará Podemos y atacarán, si suficientes inconscientes les votan, los partidos animalistas. Sé que voy a contracorriente en este entorno, pero tampoco la izquierda es la solución. Ser apolíticos es la mejor manera evitar un conflicto más.

Creemos una bandera taurina, en la que los colores sean nuevos y en cuyo centro destaque un toro en todo su esplendor, mostrando su condición de bravo e imponente. Huyamos de estereotipos infundados pero inevitablemente presentes. Acerquémonos a la gente, enseñemos a niños y jóvenes este espectáculo de valores añejos que la sociedad actual, inculta, temerosa de la muerte y cobarde, no alcanza a comprender. Pero, hagamos lo que hagamos, alejémonos de la política.

viernes, 13 de febrero de 2015

Incultos sin interés

En artículo reciente publicado en El País Semanal, Javier Marías expresaba su desencanto con la desvergüenza de jueces prevaricadores y desmesurados de la Justicia española, extendiendo incluso la crítica a jueces de todo el globo. Se centraba en las pruebas de "españolidad" a las que son sometidos los extranjeros que piden la nacionalidad española, que han de responder a preguntas relacionadas con el submundo del corazón, véase "qué personaje televisivo mantuvo una relación con un conocido torero".

Me resulta inevitable indignarme, preguntarme qué clase de personaje considera que esa pregunta refleja los conocimientos sobre un Estado por parte de un extranjero, o peor aún, por qué el extranjero en cuestión sabe la respuesta a tal idiotez. Claro está que no es un tema sencillo: al fin y al cabo, el deber del juez no es hacer preguntas que considere apropiadas sino simplemente realistas, y quizá en ese país de pandereta sea más fácil saber el nombre de Belén Esteban que el siglo en que vivieron Calderón de la Barca, Lope de Vega o Miguel de Cervantes.

Ese es el problema de raíz: que esas preguntas sean importantes en este país, o por extensión, que Telecinco sea la cadena más vista y Gran Hermano VIP acapare la atención de millones de televidentes con muy poco respeto por sí mismos. Celebremos, pues, la fiesta de la incultura y la superficialidad al tiempo que ignoramos la intrascendencia de nuestros escritores, pintores, cineastas y músicos. Dejémonos llevar por la basura que la televisión nos ofrece (total, como es gratis) sin parar a cuestionarnos qué vemos y sobre todo por qué lo hacemos.

Hay lugar para la esperanza. España es un país de cultura lleno de incultos sin interés. Interés por aprender, por saber un poco de todo y mucho de unas pocas cosas. Solo hace falta inspirarlo desde la educación, y que ésta sea abierta, general siempre y particular en pocos casos. Como dice César Bona, candidato español al "Nobel" de los profesores, permitir que la curiosidad y la creatividad entren en las aulas y que los niños se acostumbren a preguntarse por qué, bajo qué condiciones y quién dice eso, o por qué no, qué tontería es esa y por qué hace falta cumplirla. Solo mediante la curiosidad podremos incentivar el estudio como aprendizaje y no como memorización, que no solo se aprenda sino que se aprehenda y que los "esto para qué sirve" desaparezcan de una vez, para que el futuro de este país sepa ver que la cultura es general y nunca particular.

El objetivo debe ser adquirir conocimientos superficiales de muchos campos: historia, filosofía y política en lo humanístico; pintura, tauromaquia -nos guste o no, es historia de España-, cine e historia del arte en lo artístico, y cómo no, el culmen de la cultura y la herramienta para transmitirla: la literatura. Mientras los colegios no formen en estos aspectos estarán alejados del mundo real y no inspirarán interés: tan solo serán centros de cultura llenos de incultos.

lunes, 2 de febrero de 2015

Sobre griegos, populistas y dictadores

El pueblo ha hablado. A juzgar por la votación del pasado 25 de Enero, Alexis Tsipras, líder del partido griego Syriza, es el más preparado y querido de los líderes políticos helenos. Desde España, no pudiendo evitar la comparación con el Podemos de Pablo Iglesias, dicen de su programa auténticas majaderías: populistas, demagogos, baratos, anarquistas (Bakunin, ¿quién es ese?). Lo dicen desde el PP, donde por lo visto no se llegaron a leer el programa que presentaron en 2011, aparentemente hecho por algún becario iluso; también lo dicen desde el PSOE, aunque por razones obvias, y no hay más que ver a su líder, no son los más indicados para hablar de populismo.

En relación con esto, Juan Manuel de Prada reflexionaba recientemente en un artículo llamado precisamente Populismo. Dejando de lado los vaivenes religiosos habituales en él, comentaba acertadamente que "el populismo sería, pues, una doctrina que promete el paraíso en la tierra sin necesidad de Parusía; pero en realidad esto es lo que han hecho siempre todas las ideologías", para terminar el texto con una brillante metáfora: "siento que la peste, la malaria, el cólera, el tifus, el sida y la lepra se han puesto de acuerdo en tildar de «plaga» al catarro".

Pues bien, el catarro ha llegado a Grecia en forma de coalición de izquierdas. Etimológicamente, según cuentan quienes saben de esto, Syriza quiere decir "partido de izquierda radical", tomando "radical", que proviene de raíz, un sentido de innovador, nunca de extremista, tal como lo entendemos en España. Resulta que los griegos se han cansado de su falsa democracia -ya era hora de que alguien lo hiciera- como camuflaje de una dictadura del capital: está claro que quienes realmente mandan en el mundo son los bancos, las instituciones monetarias y los misteriosos e inhumanos "mercados", por no hablar de los fondos buitre que tan bien estarían expropiados y disueltos. No descubrimos Roma.

No deja de sorprenderme que los líderes europeos se escandalicen ante el auge de un partido que solo busca para sus ciudadanos un nivel de vida decente. Para Merkel y sus colegas de la troika, se trata de una locura porque "quién os dará el dinero que necesitáis". Al menos descubrimos que no tienen pegas en admitir que solo prestan dinero por interés, y jamás por razones humanitarias: los millones de griegos pobres no importan más que esta u otra operación bancaria por valor de miles de millones de euros. Pero esto no es lo peor, porque todos sabíamos, antes de la aparición de Syriza como partido de masas, que los déspotas mandamases son arrogantes, hipócritas y falsos. Lo peor es que todo esto nos parece normal, asumimos con total cotidianidad que no es preocupante que la gente se muera de hambre y que una buena calificación de Standard and Poor's siempre está por encima la miseria en todo un país, porque al fin y al cabo no somos más que objetos que permiten que tan respetados líderes europeos se enriquezcan. Vendemos nuestra vida, nuestro ánimo y nuestra fuerza al mejor postor, aunque en ocasiones no alcance un salario digno y nos convirtamos en asalariados pobres. Sí, es eso lo que hacemos, regalar nuestra fuerza de trabajo a los ricos. Y no lo digo yo, lo dijo Marx.