Tiempos de familia y tiempos de tormento. Sin ser
características unidas por ningún hilo -por fino que sea-, claro. Pero por mera
casualidad la Navidá es tiempo de ambos, de familiares desconocidos venidos del
infinito y más allá y de tormento espiritual y moral en forma de falsedad
hipócrita irreconciliable con la verdad humana.
La Navidá se puede fácilmente escindir en distintos aspectos
clave. En primer lugar cabe su la vertiente moral, basada en la hipocresía más
ruin del buen rollo más fingido. Haya buen rollo o no. El caso es que la Navidá
está más impostada que la voz de Carlos Herrera. Las buenas relaciones se
hiperbolizan para trivializar con el más absoluto desprecio el amor mutuo,
porque la exageración del mismo es al mismo tiempo la prueba de lo falso que
alcanza a ser. Y luego está el lado tan abstracto como oscuro: el ser humano es
por característica malo, pero se empeña en desmentirlo. Quizá sea porque, en el
fondo de su existencia, la Navidá es una convención universal para reconciliar
al humano con sus semejantes y disimular todos ellos el odio mutuo que se
profesan. Algo así como un lavado de fachada a final de año que permita
ensuciarla a gusto el año próximo. "El hombre es un lobo para el
hombre", dijo Hobbes. Pseudo-perogrullada, diría yo. Tan lobo es y tan
claro lo tiene que necesita negarlo tajantemente una vez al año, sonreír
fervientemente a la cámara de la suegra y aparentar así ser sano y amigable.
Haya, insisto, buen rollo o no.
Claro, la Navidá viene de la mano del absurdo consumismo
llevado al extremo. La sociedad capitalista, ya se sabe. La mierda de sociedad
capitalista. Que una cosa lleva a la otra. Resulta que, como nace Jesús y qué
bonito está el pesebre, comprarle un ordenador al niño y un foulard a la tía
parece justificado. Y no hay nada malo en dedicar una vez al año cinco minutos
a una persona para saber qué comprarle. Pero sí hay -y mucho- malo en las
campañas publicitarias de grandes marcas alienadoras empeñadas en sumir a la
población en la esclavitud de la compra continua, del gasto constante, del
fluir del dinero de unas manos (todas) a otras (las menos). Y parece muy
ilícito aprovechar la época de la felicidad internacional para colar anuncios
mediante mensajes consumistas que logren hacer trabajar un sistema que no
funciona. Como una caja de cambios sin embragar: cambia la marcha pero al de
poco se rompe. Y esto, claro, se romperá. Explotará. Pregunten si no por ahí
abajo.